Los Estados del Agua de Mar

Los que nos dedicamos a explorar las posibilidades del agua de mar para nuestra salud, hemos de empezar por clarificar qué decimos cuando decimos AGUA DE MAR. Es evidente que quien respira junto al mar, no tiene la sensación de respirar agua de mar. Sí en cambio, quien la respira a través de un nebulizador.

olas

Del mismo modo que los que viven en zonas hivernales no hablan de nieve sin más, porque para ellos es esencial distinguir sus diversos estados y formatos; así también los que habiendo conocido el enorme potencial salutífero del agua de mar queremos acceder a la plenitud de sus beneficios, no podemos hablar sin más del AGUA DE MAR, como si con esa expresión estuviese todo dicho.

Es evidente que a efectos de utilización terapéutica no es lo mismo el agua de mar sólida (congelada) que líquida, que pulverizada; ni es lo mismo con todos sus microorganismos (viva) que sin ellos (muerta o exclusivamente mineral, es decir esterilizada); ni es lo mismo libre (líquida) que contenida en diversas materias orgánicas, en forma de gelatina. Es del todo evidente que las posibilidades que ofrece el agua congelada no las tiene el agua a temperatura ambiente o a alta temperatura. Evidente también que la utilización combinada de estos tres estados térmicos presenta unas propiedades terapéuticas distintas que la utilización de cada una de ellas por separado. Es evidente asimismo que el agua de mar desecada (la sal marina integral) es el mejor sucedáneo del agua de mar cuando ésta es inaccesible. Y por llegar al último nivel de concreción al alcance de todo el mundo, no es lo mismo salar la comida con sal marina (aunque sea la mejor sal) que con agua de mar; ni es lo mismo someter el agua de mar al desgaste de la cocción agregándola al principio, que evitar su degradación por el fuego, salando con ella sin someterla a temperaturas por encima de los 60 grados.

Los que no estamos especializados en la nieve, podemos emplear exclusivamente esta palabra para hablar de ella; pero los que están mínimamente especializados, ya sea por deporte, ya por razones científicas o por formar la nieve parte esencial de su hábitat, están obligados a tener en cuenta sus distintos estados a fin de conocer su comportamiento y así poder disfrutar de ella con mayor provecho o para defenderse de ella con más eficacia.

No es distinta la situación respecto al agua de mar. Para un profano, incluso la referencia a «AGUA DE MAR» constituye un salto importante en sus esquemas de conocimiento, porque ésta forma parte de su vida exclusivamente para baño cuando va a la playa, y con la boca bien cerrada para ahorrarse un mal trago. Pero a un especialista en Talasoterapia no se le puede aceptar igual limitación del lenguaje, porque ello implica y casi impone una análoga limitación del conocimiento de su materia de estudio: las propiedades terapéuticas del agua de mar, son evidentemente distintas según su estado. En efecto, el que busca en el agua de mar la curación de sus afecciones respiratorias, no tiene nada que hacer con el agua de mar en estado sólido (congelada), mientras que si dispone de ella en forma pulverizada o nebulizada, sus expectativas de curación son ciertamente muy altas: más que con cualquier medicamento.

En el entorno de esta disciplina, tiene muy poco sentido hablar sin más de «agua de mar», porque eso representa cerrar horizontes. En Talasoterapia es imprescindible distinguir los ESTADOS DEL AGUA DE MAR. Imprescindible. Por supuesto que hemos de buscar la excelencia, que sólo podemos alcanzar en el mar vivo: trago directo; respiración de la bruma que levanta el choque de las olas contra el acantilado; baño en agua viva y dinamizada; ingesta de la gelatina natural formada con las microalgas secas que les arrancan las olas a las rocas. Pero éstas no son las condiciones ordinarias en que podamos disfrutar del mar los 12 meses del año. Son condiciones excepcionales de las que podemos gozar esporádicamente: por lo común, sólo si vivimos muy cerca del mar; y de no ser así, únicamente durante las vacaciones.

Pero no podemos ser maximalistas. La vida es el ejercicio continuo de lo posible. Podemos gozar de las virtudes del agua de mar no sólo en el mar, sino también lejos de él e incluso en casa, en condiciones de máxima economía y no por eso con una rebaja sustancial de la eficacia terapéutica.

En el más desfavorable de los casos podemos recurrir al estado mineral del agua de mar, al que llamamos SAL (se entiende que es sal marina integral, sin faltarle ni uno solo de los elementos que contiene el agua de mar desecada). Menos da una piedra. Y si nos aseguramos de que no haya sido mutilada ni degradada, sigue siendo muy alto el rendimiento nutritivo y terapéutico que podemos obtener de ella.

Y si importante es fijar con la máxima precisión qué es al agua de mar (primer elemento de nuestra disciplina, bajo el nombre de TALASO), sin desestimar ninguna de sus variaciones de forma o estado, imprescindible es también que fijemos el valor del segundo término del objeto de nuestro estudio: la TERAPIA, el arte de cuidarse, que elevado a su máximo nivel, es también el arte de curarse.

¡Cuídate! Es un saludo cada vez más habitual. En efecto, cada vez es más intensa la conciencia de que hemos de cuidarnos.

Mariano Arnal

Agua de mar para las vías respiratorias

Agua de mar y sistema respiratorio.

Los peces «respiran» agua, y nosotros respiramos aire. Nos lo podemos mirar así de momento. Teniendo en cuenta además que el agua de mar es más rica en elementos que el aire, y que nuestra acción contaminadora afecta muchísimo más al aire que al mar, podríamos decir que en general los peces respiran más sano que nosotros. Bien, el caso es que tenemos como primer y principal proveedor de nuestra respiración, el aire: de él obtenemos el oxígeno; pero con lo que nos aporta por sí mismo el aire, no haríamos nada. Por eso tenemos el mar como proveedor secundario, que nos provee la infinidad de oligoelementos que enriquecen el aire. Una parte sustancial de la salud que respiramos nos viene, pues, del mar. Esa es la razón por la que junto al mar mejora a ojos vistas la salud de nuestro sistema respiratorio.

Agua de mar pulverizada al romper las olas

El mar, efectivamente, es el gran proveedor e intercambiador de la atmósfera, no sólo en cantidad, sino también en calidad. Valga la siguiente observación como indicio de que así es. Existe todavía en el catálogo de enfermedades tiroideas el llamado “bocio de las montañas”, eliminado ya en los países desarrollados. Es una enfermedad propia no sólo de la alta montaña, sino en general de las regiones alejadas del mar. El bocio se contrae por falta de yodo. Las regiones costeras, ricas en yodo por su cercanía al mar, no tienen este problema; en cambio en tierras altas y continentales, el bocio puede llegar a ser una plaga. Una vez descubierto que la causa de esta enfermedad es la falta de yodo, los países que se lo pueden permitir, la han erradicado yodando el agua doméstica o la sal.

Es sólo un dato para demostrar que algunos elementos del aire que respiramos (en este caso el yodo) indispensables para nuestra salud, proceden del mar. Es lógico deducir de ahí que no es sólo el yodo lo que aporta el mar a nuestra respiración, sino muchos otros elementos cuya naturaleza y valor específico ignoramos. El caso es que hoy nadie pone en duda que el simple respirar en la playa es un inmejorable ejercicio de salud.

Todo empezó con la tuberculosis, terrible enfermedad pulmonar que nos puso camino del mar. Una tremenda plaga, anterior al descubrimiento de la penicilina. En los siglos XVIII y XIX se habían iniciado tímidos y esporádicos pasos hacia la utilización de las playas como vacuna contra la tuberculosis y el raquitismo. En ambos casos el elemento curativo era el aire marino. En aquella época los baños eran infrecuentes, y menos aún en el mar, porque se los consideraba peligrosos.

La eclosión se produjo al inicio de la segunda mitad del siglo XX. La invasión de las playas en todo el mundo se convirtió en el más espectacular fenómeno migratorio de la historia de la humanidad. Desde el nomadismo anterior a la civilización, no se había visto nada semejante. Como aves migratorias, cientos de millones de personas migran todos los veranos desde las regiones del interior a las playas. Y en paralelo se produjo un gran trasvase de población en todo el mundo desde el interior a las costas. El clima marino ha vencido al de montaña, tan celebrado antaño como el mejor para la salud. El resultado es que hoy se aglomeran en las poblaciones costeras las viviendas de más de media humanidad.

Este cambio tan espectacular del hábitat y de los hábitos humanos tuvo como desencadenante la obstinación por vencer a la tuberculosis mediante el clima marino. Y eso fue posible porque igual de espectacular fue la eficacia de este clima no sólo en la prevención, sino también en la curación de esta terrible enfermedad pulmonar, que por aquel entonces estaba siendo la primera causa de muerte infantil y juvenil.

El fenómeno de la bondad del clima marino en las afecciones respiratorias está instalado de tal modo en el orden de las evidencias y del saber instintivo, que ni siquiera ha sido preciso que se ocupase del tema la ciencia médica. Y no se ha ocupado. La gente percibe simplemente que su estancia en la playa le resuelve los problemas respiratorios, y eso le basta. Al año siguiente repite. Eso es todo.

Es que los conductos respiratorios y los pulmones, igual que la piel, están en contacto directo con el aire, que actúa sobre ellos sin necesidad de que otros órganos intermedios metabolicen los elementos que contiene. De ahí ese elevadísimo nivel de eficacia de la inhalación de agua de mar en todas las afecciones respiratorias: desde las rinitis y los simples resfriados, donde el aire marino y el agua de mar hacen de desinfectantes y regeneradores de la mucosa, y  de paso descongestionan la nariz; hasta el asma y la bronquitis, pasando por la faringitis, la amigdalitis y la otitis asociada.

Mediante la aportación del riquísimo aire marino a nuestro caudal respiratorio, ayudamos poderosamente a las defensas que tiene de por sí un sistema tan expuesto a las agresiones externas: están tan bien diseñadas, que prácticamente no existen agentes patógenos que las traspasen: por eso sólo los causantes de la pulmonía y de la tuberculosis consiguen pasar esas barreras muy excepcionalmente.

Pero hay que tener en cuenta que no podemos deshacer con una mano lo que hacemos con la otra: el tabaco es un enemigo implacable de las defensas de las vías respiratorias, empezando por matar a millones los cilios bronquiales y continuando por alquitranar micra a micra las demás estructuras. Mal pretexto es perjudicarse uno mismo con la excusa de que otros también te perjudican.

Aunque parezca de cajón que los problemas de las vías respiratorias son cosa de la respiración y por tanto a ella hay que atender para controlarlos, no podemos prescindir de los demás elementos que la acompañan en un régimen integral de salud, como son el baño, el ejercicio físico y la alimentación.

Aeroterapia.

Si la aeroterapia ayuda muchísimo a órganos que no están en contacto directo con el aire, está claro que tratándose de los órganos aéreos (respiratorios), ha de ser ésta la principal línea terapéutica. Y así es, en efecto.

Si queremos curarnos con agua de mar la llaga de un pie o una erupción de psoriasis, podemos elegir dos caminos: el uno indirecto, y posiblemente de más largo alcance, que sería ingerir agua de mar para regenerar y realimentar todo el medio interno; y el otro, mucho más directo, que consistiría en aplicar baños de agua de mar a las zonas afectadas. Es obvio que ésta actuará más rápido así, que haciéndola llegar, previa metabolización, a los lugares afectados a través del riego sanguíneo.

Pues bien, el agua de mar respirada actúa en todo el sistema respiratorio igual que el agua de baño en la piel, como una cura tópica: entra en contacto directo con el órgano a curar o a prevenir de agresiones. Por eso su efecto es tan inmediato y espectacular.

Realmente basta estar en la playa para sentir los efectos benéficos del agua de mar en las vías respiratorias. Pero esto, como todo, tiene grados: no es igual tumbarse en primerísima línea de la playa, donde rompen las olas, que hacerlo diez metros más lejos. No es lo mismo, porque en primera línea el aire está cargado de ínfimas partículas de agua de mar que desprenden las olas al romper; de ahí que la densidad de agua de mar respirada sea mucho mayor que algo más lejos. Ni es lo mismo estar ahí tumbado, que haciendo ejercicio, porque con éste la respiración es mucho más profunda, y el aire enriquecido con agua de mar penetra hasta donde no consigue llegar estando inactivo. Ni tampoco es lo mismo ir a respirar agua de mar en una playa tranquila, donde el agua desprendida a la atmósfera es escasa, que en un acantilado, el mejor de los lugares para terapias respiratorias. O en la playa un día de tormenta.

Es importante recordar que la playa es insustituible para el tratamiento de las afecciones respiratorias en cualquier época del año. Por eso, aunque se acuda a un centro de Talasoterapia, será bueno imponerse la visita a la playa. Es dudoso en cambio que la atmósfera de una piscina de agua de mar caliente y tratada, pueda competir ni de lejos con la playa. Por eso, y dada su cercanía a estos centros, conviene insistir en la conveniencia de trasladar a ella alguno de los ejercicios físicos.

Por fortuna las terapias de agua de mar para vías respiratorias requieren muy escasas cantidades: por eso existe la posibilidad de continuarlas en casa, en la calle, donde sea. Basta proveerse de un pulverizador de gota superfina, pulsarlo de vez en cuando para soltar una nubecilla de agua de mar, y respirar en ella. Así de sencillo. Si realmente nos conviene crear en casa una atmósfera rica en los elementos del agua de mar y queremos algo que funcione solo, la industria ofrece aparatos eléctricos que nebulizan el líquido que se les acople. Los mejores se encuentran bajo el nombre de humidificador: no sirven a estos efectos los que evaporan el agua en vez de pulverizarla, porque se dejan las sales en el recipiente.

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Nebulizador por ultrasonidos

Hidroterapia.

De todo el sistema respiratorio, el que está al alcance directo del agua (nariz, faringe-laringe, amígdalas, conductos oído-nariz-laringe), responde de maravilla al baño y en su caso al tratamiento con agua de mar. La parte interna (bronquios, alvéolos y pulmones) sólo puede beneficiarse indirectamente de la hidroterapia.

La nariz, el inicio del conducto natural del aire, requiere y agradece el tratamiento hidroterápico. Es muy beneficioso irrigar al menos una vez a la semana los conductos nasales con agua de mar: por su acción profiláctica (defiende todo el conducto respiratorio de agentes patógenos), por su valor antiséptico (desinfecta toda la zona) y por su acción regeneradora de las mucosas. De ahí que valga la pena aprovechar las vacaciones en la playa para dedicarle alguna atención a la higiene nasal con agua de mar. La terapia más elemental consiste en situarse en el mar con el agua hasta los hombros y flexionar las rodillas para sumergir la cabeza verticalmente, de modo que el agua entrará profundamente en la nariz (obsérvese que precisamente por eso, y porque es desagradable, cuando uno se sumerge de esa forma, se tapa la nariz con una mano).

Otra forma más violenta de higiene profunda de los conductos que conectan nariz, garganta, oídos y ojos es colocado en el agua haciendo el muerto, echar la cabeza hacia atrás hasta sumergirla totalmente. El agua penetra por todos los conductos internos y puede costar un buen rato liberarse de la molestia que deja esa terapia. De todos modos, cuanto más se practica, menor es la molestia. Sin embargo vale mucho la pena, porque estas terapias previenen (y si es el caso, curan) los catarros nasales, la rinitis y la sinusitis. Estas prácticas se pueden seguir en casa, valiéndose de un frasco lleno de agua de mar provisto de una salida que se adapte bien a la nariz, la lota por ejemplo, o en su defecto con una jeringa o un cuentagotas. En la farmacia se venden (entre 70 y 100 euros el litro) frascos de esos cuya mayor virtud, según reza la publicidad, es contener 100% agua de mar.

La otra zona afectada por afecciones respiratorias que admite los tratamientos de talasoterapia, es la gutural. La faringitis y la amigdalitis se previenen y se curan muy bien cuidando esa zona con agua de mar. Para ello hay que adquirir nuevos hábitos de baño. En primer lugar, dejar de bañarse con la boca sellada. Hay que dejar que el agua que salpicamos al hacer actividad dentro del mar, entre libremente en la boca. Siempre es poquísima, pero muy saludable para la higiene bucal y gutural.

Complementariamente nos conviene agregar a la ritualización de los baños (son muchos los que antes de sumergirse, se remojan echándose agua con las manos) el hábito de enjuagarnos la boca y hacer unas gárgaras: son un bálsamo para la boca y la garganta.

Cinesiterapia.

Para asentar nuestra salud natural sobre bases sólidas, una condición básica es RESPIRAR correctamente. Oxigenación y oxidación van de la mano, y sólo se consiguen mediante una respiración de máximo rendimiento. Si van bien estas funciones, todo el organismo va bien: desde la piel hasta las entrañas. Y todo es tan sencillo como respirar… bien. Por eso lo mejor que podemos hacer es aprovechar nuestra estancia en la playa para practicar ejercicios de respiración. La clave está en vaciar totalmente los pulmones para que se llenen de aire limpio. Es como hacer limpieza a fondo: en la ordinaria se descuidan los rincones, donde se va acumulando suciedad. Pues eso mismo ocurre en los pulmones: si no se pone uno expresamente a vaciarlos de aire viciado, ellos solos no se vacían.

Si nos fatigamos en exceso subiendo unas escaleras o andando por una calle empinada, es entre otras cosa porque los pulmones no responden a la medida del esfuerzo; no nos siguen, les falta la respiración.

La consecuencia es obvia: si queremos mantener o mejorar nuestra cinestesia, sobre todo la más enérgica, hemos de atender en primer lugar a los pulmones: hemos de ejercitarlos del mismo modo que ejercitamos las piernas, los brazos, las caderas para no perder fuerza y movilidad.

El lugar ideal es la misma orilla del mar, donde el aire es más rico y saludable. Se elige la postura más cómoda posible: sentado, tumbado boca arriba, de pie, o alternando. La clave es la expiración, que es el acto de vaciado. Hay que ir forzándola poco a poco. Lo ideal, dicen los maestros de yoga, es que ésta dure el doble que la inspiración (la entrada de aire). Lo mejor es cronometrarse y no pretender llegar al final de golpe. Así, contaremos hasta 5 en la inspiración, y hasta 10 en la espiración. E iremos aumentando lentamente. Si lo practicamos durante unos días, comprobaremos que podemos ampliar nuestra capacidad pulmonar al doble. Sólo se necesita constancia.

¿Y los beneficios? Inmensos. Es como hacerle un repaso integral al motor que provee de combustible (oxígeno) a todo nuestro organismo, al tiempo que se les aplica reparador (en este caso, los oligoelementos del agua de mar) a todas las piezas. A partir de ahí, todo son maravillas: al mejorar la oxigenación de la sangre, se incrementa su circulación; de ahí se deriva una más activa eliminación de toxinas; al llegar más oxígeno a los órganos internos, al sistema nervioso, al sistema glandular, a los músculos, a la piel, todos los órganos se comportan con mayor viveza.

Nutrición.

Siendo evidente que el contacto directo de los pulmones con el aire marino es la terapia reina para las vías respiratorias, no hemos de descartar en absoluto la opción de reforzarla mediante la ingestión de agua de mar. De hecho los terapeutas cuentan con una considerable experiencia de enfermedades respiratorias tratadas con éxito administrando agua de mar bebida. En este momento la universidad de Antioquia (Colombia) tiene en curso estudios clínicos sobre tratamiento de diferentes enfermedades mediante ingestión de agua de mar.

El “método marino” recomienda como tratamiento de regeneración del medio interno, la ingesta de hasta medio litro diario de agua de mar, aunque nosotros nos conformamos con un cuarto de litro, haciendo de complemento de la dieta. La cantidad, la determina la tolerancia de cada organismo, que es muy baja al introducir este complemento nutricional en la dieta, y va aumentando a medida que se habitúa a ella nuestro sistema digestivo.

Si resulta oneroso comprarla, recuérdese que el mar se defiende muy bien de las agresiones bacteriológicas, por lo que no es ningún disparate proveerse directamente del mar. El sentido común, la vista y el olfato nos guían con un altísimo nivel de acierto.

 

Mariano Arnal