Seminario. Agua de mar aplicada a la nutrición y medicina ortomolecular

La Nutrición Ortomolecular es una disciplina que brinda el conocimiento necesario para la corrección de la mala alimentación actual.

Es una herramienta de trabajo que servirá para toda la vida para prevenir enfermedades, detener y revertir el proceso de muchas de ellas y para incorporar a nuestras vidas nuevos hábitos alimentarios y de prevención.

Programa:

  • Nutrición antiinflamatoria, antiaging y estilo de vida.
  • Introducción a la Nutrición y Medicina Ortomolecular.
  • Bioquímica aplicada a la clínica.
  • Visión Orthomolecular de la obesidad. ¿El obeso tiene la culpa?
  • Stress y Neurotransmisores. ¿Es posible controlarlos con nutrientes y estilo de vida?
  • La importancia de los minerales. Mineralograma y agua de mar.
  • La gran estafa de la sal y sus minerales.
  • El Agua de Mar: Una nueva Terapéutica dentro de la Nutrición Ortomolecular.

De 16 a 19h se organizará una mesa redonda con debate y preguntas
sobre las ponencias de la mañana.

Ponentes:

 Eduard ruiz Puigvert Dr. Eduard Ruíz Castañé
Médico Urólogo
Director Servicio de Andrología Fundación Puigvert.
 dra-rodriguez-zia Dra. Alejandra Rodríguez Zía
Médica Endocrinóloga
www.orthomolecular.com.ar
 Hugo Crisponi Dr. Hugo Crisponi Tortosa
Médico Urólogo y Nutricionista
  Mariano Arnal
Experto en agua de mar
Vicepresidente Fundación Aqua Maris
 Susana Muns Susagna Muns
Presidenta de APENB de Cataluña – “Asociación Profesional Española de Naturopatía y Bioterapia”. Vicepresidenta APENB.

 

Respuesta al artículo «El timo del consumo del agua de mar»

Recomendamos leer el artículo de «El timo del consumo de agua de mar» antes de leer nuestra respuesta.

RESPUESTA AL ARTÍCULO “EL TIMO DEL CONSUMO DEL AGUA DE MAR” DE VÍCTOR PASCUAL DEL OLMO

Ni nos preocupa que nos critiquen, ni tenemos costumbre de responder a las críticas que sólo intentan desacreditar el consumo de agua de mar o desacreditarnos directamente a nosotros. Pero como entendemos que el artículo al que nos disponemos a responder puede crear desorientación en mucha gente y que dejarlo sin respuesta podría dar a entender que no la tenemos, ésa es la razón por la cual, con todo el respeto, pasamos a responderle a continuación.

En primer lugar tendríamos que alegrarnos todos de que la gente se sirva de la red para manifestar lo que entiende, aunque no tenga una preparación y un modo de expresarse tan académico como suelen demandar los que pretenden la exclusiva sobre sus respectivas especialidades. Efectivamente, la entrada que motiva ese artículo no es un dechado de precisión académica; pero creo que a pesar de ello merece ser tratada con más respeto.

Pero como mi interés está en lo objetivo, paso a responder a las cuestiones punto por punto. Respecto a la cita “la sal marina pura, que contiene 84 elementos de gran valor para la salud humana…” y a su comentario “sería interesante saber cuáles son esos 84 elementos de gran valor para la salud, por ejemplo los oligoelementos son 12: cobalto, cromo, cobre, flúor, hierro, manganeso, molibdeno, níquel, selenio, silicio, yodo y cinc”, he aquí mi respuesta:

Hace ya bastantes decenios que los oligoelementos no son 12. En aquamaris.org puede encontrar un par de enlaces al respecto: The chemical composition of seawater y Elementos en el agua de mar, relativo al estudio del Ocean Research Institut de la Universidad de Tokyo, que referencia y documenta 95 elementos, de los que más de 80 están cuantificados. Supongo que éste es un documento suficientemente sólido y “científico” respecto a la composición del agua de mar.

En cuanto al refinamiento de la sal, la información más objetiva es el análisis del residuo seco del agua de mar, que nadie discute que está en estas proporciones: 85% de cloruro sódico; y el restante 15% (que hasta la legislación salinera se empeña en calificar de “impurezas”) para más de 80 oligoelementos. Y en base a esto, la legislación vigente respecto a la “pureza” de la sal, en el Real Decreto 1424 de 27 de abril de 1983, determina que la “sal virgen” (la que comercialmente se llama “sal marina”) contendrá por lo menos un 94% de cloruro sódico. Es decir que hasta para la sal “sin refinar” establece la ley que se le deben eliminar hasta un 9% de “impurezas”; mientras que el contenido en NaCl de la “sal de consumo común” ha de ser como mínimo del 97%. Esta ley corregía el anterior Decreto 704/1976 de 5 de marzo, que establecía que en la sal común, las sales de calcio, magnesio y potasio no debían pasar del 1%.

En cuanto a la eliminación de los metales pesados como el plomo y el mercurio mediante el refinado de la sal, conviene recordar que los problemas de salud no los determina tanto la presencia de determinados elementos en el cuerpo, sino su presencia desequilibrada, ya sea por exceso o por su total ausencia. Le recomiendo que consulte en esta referencia (http://www.lenntech.es/tabla-peiodica/presencia-en-cuerpo-humano.htm) la presencia de elementos químicos en el cuerpo humano. Comprobará que son más de 25 y es evidente que en esta tabla no están todos.

SalRespecto a los aditivos químicos a la sal, hay abundante información bien documentada en la red. Lo obviamos porque no es ésta nuestra especialidad.

A la observación de que “La sal sin refinar provee al cuerpo numerosos minerales esenciales, en cambio la refinada, además de haber sido despojada de casi todos ellos (salvo dos), contiene aditivos dañinos y silicato de aluminio, uno de los principales causantes de la enfermedad de Alzheimer.”, usted comenta que “Esto es una burda mentira”. No cuestiono la forma del redactado y la precisión del comentarista; pero yo no lo hubiese calificado de “burda mentira”, puesto que hay en ese párrafo al menos dos informaciones distintas: una sobre la riqueza mineral de la sal refinada o sin refinar, totalmente evidente e indiscutible, y otra sobre la relación entre el aluminio y el alzheimer.

Respecto a la diferencia de minerales entre la sal refinada y la sal sin refinar, es al menos la misma diferencia que hay entre el azúcar refinado y el azúcar sin refinar. Y lo mismo respecto a cereales, harinas, aceites, etc. La información al respecto es muy abundante.

Y en cuanto a la relación entre aluminio y alzheimer, le recomiendo que busque en Google estas dos palabras relacionadas y comprobará que hay mucha más información a favor de esa relación, que en contra. Por consiguiente a mí no se me ocurriría nunca sostener un argumento así con una sola referencia.

En cuanto al párrafo sobre el “saludable y delicioso caldo” del comentarista, es una lástima que en vez de razonar sobre el tema, se haya limitado a ridiculizarlo. Así no hay quien aprenda del otro (si es que pretendía adoctrinar al pobre comentarista).

Respecto al comportamiento del agua de mar en el cuerpo en caso de naufragio, no está mal recordar que contra factum non valet argumentum; y en este artículo se vierten muchos argumentos que desmienten los hechos. La experiencia de naufragio bebiendo sólo agua de mar está hecha durante 7 días (no sé si entran en su concepto de “un poco más de tiempo”). Y al final se pierden líquidos, claro que sí; pero es de lo que tenemos mayor reserva y de lo que más podemos consumir. Los minerales en cambio, hemos de llevarlos al día: de lo contrario se produce el colapso. En la próxima experiencia de naufragio sobreviviendo únicamente con agua de mar, que esperamos tendrá lugar la próxima primavera, está previsto prolongar la duración a 10 días.

Es evidente que cuando decimos que la salinidad del mar es de 35 por mil, o del 3,5%, nos referimos a los mares que tenemos cercanos y a un valor promedio. Eso no significa que ignoremos las diferencias de salinidad entre el mar Báltico, el mar Negro o el mar Muerto.

Lo que afirma usted de que “La sal de mar es NaCl, un compuesto no cambia provenga de donde provenga, así que la sal refinada tiene la misma cantidad de sodio que la sal marina”, contiene dos errores de consideración. El primero, que la sal de mar es NaCl sólo (repito, sólo) en un 85%. Por consiguiente lo correcto es decir que la sal del mar es NaCl más póngale tranquilamente una veintena de sales (de calcio, de magnesio, de potasio, más la restante colección de fluoruros, cloruros, bromuros, ioduros, etc.).

Y gran número de comprobaciones empíricas nos llevan a creer que algo tiene el agua de mar que respecto a la hipertensión se comporta de forma muy distinta al cloruro sódico. Si tenemos en cuenta que el magnesio es un excelente antídoto contra la hipertensión (también lo es el potasio) y que en el agua de mar están estos elementos y gran cantidad de oligoelementos indispensables para el buen funcionamiento de nuestro metabolismo, quizá sea razonable sospechar que éstos son los responsables de que el sodio que se ingiere con el agua de mar, quede contrarrestado por todos éstos. El hecho es que son muchísimos los bebedores de agua de mar que acreditan sustancial mejora con respecto a su tensión arterial. Busque si lo desea “Deep sea water blood pressure” en la base de datos de PubMed (http://www.ncbi.nlm.nih.gov/pubmed) de la US National Library of Medicine y el National Institutes of Health. Ahí comprobará que lo que usted critica no pertenece al ámbito del disparate, ni menos al de la mentira.

Con respecto a la relación entre acidez y enfermedad, no es ésta nuestra especialidad. Pero existe en la red abundantísima información al respecto. Le recomiendo el video del Doctor Alberto Martí Bosch al respecto (http://youtu.be/R33xhKQWwtE). Yo diría que es especialmente luminoso.

Y respecto al análisis que hace usted de la web… ¡pues qué quiere que le diga! Primero, que no es una enciclopedia; segundo, que se la ha mirado usted no con intención de informarse, sino con intención de criticarla. Lo que no me parece nada mal si ése es su oficio. Y en cuanto a mi video “La sabiduría del agua de mar”, en primer lugar no es un vídeo “de promoción de la fundación”. Y en segundo lugar, despacharse diciendo que “está lleno de engaños y errores de bulto”, sin especificar cuáles, y con el comentario añadido de que “aunque viendo el resto de la web no te puedes esperar otra cosa”, permítame que me ahorre la calificación de quien así pontifica. El video del motor de agua, por lo menos habrá visto que no ha sido producido por Aqua Maris.

220px-René_Quinton_1908Y para hacer de contrapeso al último párrafo (bastante incalificable) les remito a René Quinton, el gran investigador del agua de mar, a caballo entre los siglos XIX y XX (un libro que le puede situar es el de André Mahé titulado “El plasma de Quinton”, que lleva como primer subtítulo, “El secreto de nuestros orígenes”, y debajo, “El agua de mar, nuestro medio interno”. Es un libro magnífico, de la editorial Icaria). Le remito también a Maynard Murray (1910-1983), que durante 40 años investigó la fertilización de la tierra con agua de mar y con sólidos marinos, con resultados espectaculares. Su libro más asequible es “Sea energy agriculture”. Le recomiendo también el de Charles Walters titulado “Fertility from the ocean deep”. He de decir para consuelo de los detractores del Agua de Mar, que René Quinton no tenía ningún título universitario. Maynard Murray, sí, era médico. Pero eso tampoco significa gran cosa, ¿eh que no?

Mariano Arnal

Salud

¿Salud y agua de mar? ¡Por supuesto! Tal como “los hombres del río” (los “Iberos”, porque al río lo llamaban Iber), justo por serlo cargaron con la enfermedad a cuestas, y por eso inventaron el saludo (la expresión del deseo de salud); “los hombres del mar” se movieron en otras coordenadas, cuya expresión social era la alegría. Todo el mundo es consciente de que vete a saber por qué extraños mecanismos, unas vacaciones en la playa nos devuelven más sanos de cuerpo y espíritu a la monotonía de cada día. “Algo tendrá el agua cuando la bendicen”: claro que sí, tiene sal, que si no, no hay agua bendita. Y además tiene la mejor sal: la más completa, equilibrada y saludable. Los que se han iniciado en la utilización terapéutica del agua de mar, lo tienen más que sabido.

La palabra salud es antiquísima y primitiva (no deriva de ninguna otra: ni siquiera de sal, aunque sería un caso de “ben trovato”). Es muy singular porque sus fronteras las delimita su contrario, que es la enfermedad y está formada por un numeroso ejército de enfermedades. La salud por sí misma no tiene entidad: debe definirse en negativo como “ausencia de enfermedad”. Igual que la libertad no se define por sí misma, sino por la ausencia de esclavitud. Los hechos que tienen entidad son la enfermedad y la esclavitud; no la salud y la libertad.

Los romanos, que son quienes nos han legado esta palabra, decían: “Una salus victis, nullam sperare salutem, que significa: la única salvación para los vencidos, es no esperar ninguna salvación. Y decían también: “Salutem tibi dico”, que significa: “Te deseo salud” o simplemente, “Te saludo”. Tenemos pues, tres significados en la misma palabra. Pero aunque no nos lo parezca a simple vista, los tres están conectados entre sí, porque salud y salvación se mueven en el mismo campo semántico. La afinidad entre estos términos la tenemos recogida en la expresión “llegar o volver sano y salvo”.

Es que los romanos, que tenían construida su vida sobre la fuerza, a la que por cierto llamaban virtus, se veían igual de perdidos (lo contrario de salvados) si les faltaba la virtus, como si les faltaba la salus. En catalán, al que es debilucho y friolero se le dice: “Poca virtut que tens”, es decir: estás así porque te falta fortaleza (¡virtud!) física. En total consonancia con la palabra “enfermedad” que nos legaron también los romanos en forma de in-fírmitas: falta de firmeza.

Pero aparte de la valoración que hiciesen éstos de la salud, el hecho léxico más notable es que sobre esta palabra construyeron (y nosotros heredamos) el verbo “saludar” y la necesidad-obligación social del saludo que, en rigor, consistía en interesarte por la salud del que se te cruzaba. Y en este caso se usaba indistintamente la fórmula “salutem tibi dico” si era cuestión de pura cortesía, o esta otra: “Quómodo vales?” (¿Qué tal? ¿Cómo estás?), si se tenía interés en tirarle de la lengua al interlocutor. Valere toma en este caso el significado de “valor”, pero relacionado con la salud: en cuyo contexto también nosotros recurrimos al término “valiente” cuando nos referimos a un enfermo que va ganando fuerzas.

La abreviación dejó el saludo romano en “Salve” (imperativo de “salvare”, derivado de “salus”) al inicio del encuentro, y “Vale” a su terminación como despedida. “Vale”es el imperativo de “valere”, verbo derivado de “valor”, palabra latina que hemos heredado sin modificación. De ahí hemos derivado “convalecencia”, “valetudinario” “inválido”, “minusválido”. Curiosamente este “vale” se corresponde con nuestro actual “cuídate” al despedirnos. Una despedida por cierto, que nunca deja de sorprenderme: como si mi interlocutor me viera descuidado o con la salud precaria. Y respecto al “valetudinario”, que para nosotros significa enfermizo, delicado, de salud quebrada, es de notar cómo le hemos dado la vuelta al término, puesto que deriva de “valetudo”, que significa “buena salud”.

Pero es que más allá de las fórmulas que se empleasen entonces y se empleen ahora para saludarnos (muy parecidas por cierto), lo realmente sorprendente es que les importase tanto la salud a los romanos, que la tuvieran siempre en boca, hasta el extremo de hacer del interés por ella una fórmula de cortesía socializadora: ¡la única! Obviamente ha de ser por aquello de que “quien hambre tiene, pan sueña”; es decir que machacada tenían que tener la salud, realmente acosados tenían que estar por la enfermedad, para andar nombrando la salud todo el día. Y la cosa no fue de una temporada, sino de toda la existencia de esa civilización, hasta llegar a traspasarnos no sólo las palabras, sino también la obsesión a la que respondían: porque ¡hay que ver con qué obsesión nos hemos lanzado a luchar por nuestra salud!

Este fenómeno de la obsesión por la salud en forma de lucha contra la enfermedad (no siempre real) manifestada en algo tan significativo como el saludo, tiene una enorme relevancia cultural: tan enorme que alcanza dimensiones antropológicas.

Inmersos como estamos en este mar de enfermedad en que nos hemos instalado, ni tan siquiera se nos ocurre que pueda ser de otro modo y que exista algún otro tipo de saludo que no se refiera a la salud. Pero sí, muy cerca de nuestra cultura, en el mundo griego, tenemos otro “saludo” mucho más luminoso, en el que no se alude ni remotamente a la salud. “Jáire” dicen los griegos cuando se encuentran, y “Jáire” cuando se despiden. ¿Y eso qué es? Pues dicen algo tan bello como “Alégrate”. Exactamente eso: “Alégrate”. Y si son varios, “Jáirete”, alegraos. Χαιρε, χαιρετε.

Pero es que la cosa tampoco es tan simple ni tan inocente; es decir que la distancia entre el “salve” latino y el “jáire” griego es aún mayor: porque cuando uno va con la fórmula completa, tanto la antigua “salutem tibi dico” (se desea lo que no se tiene) o “quómodo vales” y nuestro moderno “qué tal” o “cómo estás”, o “cómo te va”, en realidad es una invitación a hablar de males y calamidades. Es decir que con el nombre y la apariencia del interés por la salud, lo que hacemos es evocar la enfermedad: es que de hecho somos una civilización instalada en la enfermedad y necesitamos evocarla constantemente.

Y tan hecha tenemos el alma a la enfermedad y a la inseguridad (a eso en latín lo llaman infírmitas), que gastamos la mitad de nuestra vida en seguros, prevenciones, asistencias, medicamentos, instituciones hospitalarias… todo un mundo instalado en la enfermedad. Hasta seguros de vida tenemos, con los que se supone que queremos ponernos a salvo ¡también de la muerte! Salve!, salve!, salve!

He ahí cómo se nos ha hecho exageradamente profunda la huella de la obsesión de los romanos por la salud: una obsesión que trasladaron nada menos que al saludo. Motivos tenían, efectivamente, porque el paludismo se los comía, al tener que cultivar en los cenagales del Tíber. Pero ¿y nosotros?

Pues nosotros, tanto obsesionarnos con la salud, hemos dado vida a un monstruo que nos está devorando: las enfermedades producidas por el sistema sanitario (iatrogénicas) se han colocado ya por encima del 50%. ¡Casi nada lo del ojo! Y a esto hay que añadir un nivel tal de envenenamiento por medicación de las plantas y de los animales que comemos, además de nuestro propio envenenamiento a fuerza de consumir cada vez más medicamentos, que se están alzando voces exigiendo una tregua para poner freno a este despropósito. Resulta que cada vez a más gente, la medicina la está matando. Y eso porque un volumen importantísimo de los medicamentos que consumimos, contribuyen poderosamente a enfermarnos. Vivimos mucho más, pero más enfermos y medicados.

¿Sólo eso? ¡Qué va!, aún hay bastante más. Resulta que entre todos hemos construido no sabría decir si un primer, segundo, tercer, cuarto o quinto poder: la “iatrocracia” o poder médico. Por empezar, a todos los médicos los llamamos “doctor”: cuando en su inmensa mayoría no son más que licenciados. En segundo lugar, hemos puesto nuestra salud en sus manos. En tercer lugar hemos dejado que el Estado nos gobierne también a través del sistema sanitario: los médicos están a punto de convertirse en “autoridad”. Y por si faltaba algo, en Estados Unidos ya están trabajando para que el “derecho” a la sanidad pública esté vinculado a la obligación de llevar el chip instalado en tus carnes. Esto será salud, seguro que sí. Pero no salvación, sino perdición. Y como remate, en el vértice de la pirámide del poder de los médicos, se han instalado nada menos que los psiquiatras. Ellos son los que “administran” este poder y definen las políticas estatales de salud, con especial énfasis en la “salud mental”, “salud educativa”, políticas de “lavado ideológico”, “salud conductual”, etc. En una palabra, los psiquiatras son los diseñadores de la salud según el creativo concepto de la OMS.

Y ya como guinda del pastel, la mirífica y beatífica definición de “salud” de la OMS, la Organización Mundial de la Salud: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad o dolencia”. Es evidente que el desiderátum de la OMS es declararnos enfermos a todos; porque aunque parezca contradictorio, el objeto sobre el que trabaja todo el tinglado de la salud, OMS incluida, no es la salud, sino la enfermedad. De ahí que esta organización no pare de declarar nuevas enfermedades y nuevos enfermos: últimamente ha declarado unos millones más de hipertensos modificando los valores. De todos modos, un “completo bienestar físico”, y “un completo bienestar mental” coronados ambos por “un completo bienestar social”, es difícil imaginar que pueda alcanzarle a mucha gente: cualquier preocupación quiebra el “completo bienestar mental”; y el simple hecho de no llegar a final de mes, cosa que le ocurre por lo menos a tres cuartos de la humanidad, arruina el “completo bienestar social”. En fin, por si no nos hiciesen bastante enfermos las enfermedades y dolencias, hemos de añadir a nuestra propensión a la enfermedad, la escasez o la falta de bienestar físico, mental y social. Si no estamos enfermos por padecer una enfermedad, la OMS nos declara igualmente enfermos por la más leve alteración de nuestro bienestar físico, mental o social. ¡Y nos medica!

¿Y qué podemos hacer ante esto? Pues lo que hicieron los griegos: salirnos de esta charca cenagosa y exclamar con ellos: ¡Jáire, amigo! ¡Jáire, amiga!

 

Mariano Arnal

Medio (externo-interno)

Andamos sumamente desorientados respecto al papel que juegan tanto en la salud como en la enfermedad, el medio y el microbio (el agente patógeno). Tan inmersos estamos en la filosofía de Pasteur sobre el protagonismo del microbio como agente de enfermedad, que hemos dejado totalmente de lado el medio (en este caso interno) como fundamento de la salud y la enfermedad. La metáfora de la pecera nos ayuda a centrar la cuestión: es inútil medicar a un pez enfermo si el agua de la pecera está contaminada. De ahí que lo más frecuente es que baste limpiar y sanear la pecera, para que el pez se cure por sí mismo. Y basta obviamente mantener sucia la pecera para que el pez enferme por sí mismo, sin necesidad de otras causas. La dialéctica medio – microbio es de suma importancia para enfocar la filosofía y la praxis de la salud.

Al microbio lo tenemos bien localizado. Como antaño a las alimañas (animalia), a éste se le considera malo por definición. ¡Cosas del lenguaje! Pero ¿y el medio? ¿De dónde hemos sacado este palabro? Hoy tenemos muy clara la idea de que el ser vivo es fruto del medio y está sometido a él (por más que la especie humana se crea con derecho a pensar lo contrario y a actuar en consecuencia).

Pero vayamos a su origen. Esta palabra procede del adjetivo latino medius, a, um, con sus derivados medium, i; mediare (part. medians, mediantis); mediator, mediatrix; medianum; mediatus, immediatus, promediatus, etc. El significado de este lexema no sólo se ha mantenido, sino que se ha ampliado considerablemente, de modo que tiene hoy una gran variedad polisémica (no olvidemos los medios). Intentaré explicar por qué a este término le hemos dado el sentido que tiene (acompañado eventualmente del sustantivo “ambiente” -part. pres. de ambire = rodear, envolver; en cuyo caso funciona de adjetivo). Es curiosa la proximidad de medius a médicus. Da que pensar.

El término latino no daba de sí lo suficiente como para llegar al significado que se le dio a partir del siglo XIX en el ámbito de las ciencias sociales, que fue donde nació, y que de ahí se extendió a las ciencias de la naturaleza. La idea de que el entorno natural era determinante en la configuración de los Estados, es de Montesquieu (1689-1755). Fue el precursor de la teoría del determinismo geográfico (que sería uno de los grandes pilares de los nacionalismos); pero su formulación fue muy primaria: reducía el entorno al clima, y sostenía que éste explicaba de manera apodíctica la naturaleza de los hombres y de los pueblos. A pesar de ser tan burda la teoría, levantó un gran entusiasmo, por lo que los filósofos insistieron en la misma dirección. Fue Comte (1798-1857), también francés, al que se considera el creador de la sociología, quien ampliando la visión de Montesquieu, y dándole un mayor fundamento, creó una palabra nueva, con su respectivo concepto, el medio (milieu), que abarcaba además del clima, la configuración del territorio, los recursos que de él se obtienen, la fertilidad de la tierra, la alimentación y la forma de vida resultantes. Y siguiendo los pasos del gran político, ahondó aún más en la idea del determinismo del medio. Había nacido ya un nuevo término cuyo contenido y uso aún tenían que evolucionar.

El filósofo francés Taine (1828-1893) dio un paso más en la consolidación de la teoría sociológica que sostenía que el medio era un factor determinante de la conducta humana tanto individual como colectiva. Vio Taine que tal afirmación no se sostenía, así que perfiló la idea del determinismo (esa era la obsesión filosófica del momento), explicando que al medio había que añadirle dos factores más: la raza y el momentum. Observando, en efecto que un mismo pueblo tiene comportamientos muy distintos en diferentes momentos de su historia, a pesar de ser idénticos el medio y la raza, se vio obligado a admitir este tercer elemento tan variable, y por tanto tan poco determinista. Estas elucubraciones causaron auténtico furor en todas las escuelas filosóficas, y cada uno aportó su grano de arena a la concepción general, típica del XIX, de que cada pueblo tiene marcado su destino, y es en la tierra, en el medio en el que se desarrolla, donde más hondamente está marcado.

Ahí tuvo su origen una honda preocupación por el medio, por el caldo de cultivo en que se desarrollaban las virtudes de los pueblos. Ahí renació el culto a la naturaleza, los escoltas, los naturalistas de todas las especialidades, los geólogos, cartógrafos, etcétera; además de los etnólogos y los sociólogos que examinaban de qué modo contribuía el medio a forjar hombres y pueblos.

Es curioso constatar cómo la teoría feudal de los siervos de la gleba, superada por la Revolución, volvía de la mano de los nuevos amos con otro nombre y otros ropajes. En el Antiguo Régimen, el de los señores y los siervos, estos últimos eran tan producto de la tierra como los olivos o los conejos. Y el señor, no lo era de los hombres (¡estaban ya superados los tiempos de la esclavitud!), sino tan sólo del territorio. Gran sutileza, ¿eh? Simplemente el señor se cuidaba de que los siervos de la gleba no tuvieran forma de escapar de la tierra madre y señora. ¿Y en qué se distinguía eso, de la nueva teoría del “medio” como determinista del destino de la gente que en él se criaba? Con estos mimbres se construyeron el pasado siglo los nacionalismos. La única diferencia es que ahora los siervos de la gleba, al gozar al mismo tiempo del honroso título de soberanos de ésta, representa que son sus propios soberanos: es decir que en cierta manera son siervos de sí mismos, pero siendo la gleba la matriz de la servidumbre. Los mismos perros con diferentes collares. Este “medio” es tan poderoso y tan condicionante de la conducta y de la vida, porque realmente es el origen, el autor y por tanto el dueño de esa vida. A ese medio, en unos momentos se le llamará “La Tierra”, en otros “La Nación”, en otros, “La Patria”.

No debiéramos escandalizarnos de esto, porque tanto en biología como en zoología, el medio es el dueño del ser vivo que en él se cría: no a la inversa. No sólo eso, sino que todos los seres vivos que hay en el medio, forman parte inseparable de éste. De ahí que a la hora de pensar en la salud y en la enfermedad, el medio es primordial. Y si queremos en él seres vivos sanos, más aún, si queremos vivir nosotros sanos en ese nuestro medio, conditio sine qua non es que el propio medio sea y esté sano. Y esto vale tanto para el medio externo (el hábitat) como para el medio interno.

A la hora de valorar la salubridad del medio, es inevitable hacer una reflexión sobre cuánto contribuimos nosotros a su deterioro la mayoría de las veces, y cuánto a su conservación y restauración, que por suerte cada vez hay más: pero lamentablemente éste es tan sólo uno más de los lujos de que disfrutamos los países ricos.

Hemos de ser conscientes, de todos modos, de que en nuestro empeño por configurar el medio a nuestra imagen y semejanza, no hemos hecho más que deteriorarlo: sobre todo cuando consideramos al medio como nuestro proveedor de alimentos. La diferencia de calidad entre lo que nos daría el medio natural y el que nos hemos fabricado nosotros, es muy considerable. Creo que a estas alturas de la película, no hay que esforzarse mucho por convencer a nadie de que estamos obteniendo nuestra alimentación de un medio no sólo severamente mutilado, sino también, y justamente por eso, gravemente enfermo. Tanto, que nos vemos obligados a “medicar” el suelo y las plantas que en él cultivamos, y a los animales a cuya alimentación destinamos el 80% de nuestros cultivos. Resultado de todo ello es que, finalmente, hemos de rematar este proceso de medicación en el final de esa cadena, que somos nosotros. Ésta es nuestra manera de estar en íntima comunión con el medio en el que nos sostenemos. ¡No podía ser de otro modo!

Pero aún sin llegar a este extremo de degradación artificial del medio, sufrimos el nivel natural de degradación, que compartimos con muchas otras especies. Concretamente a los herbívoros (entre los cuales estamos también nosotros a esos efectos) la naturaleza nos dotó de un fidelísimo marcador de nuestro nivel de minerales, que tenemos en el paladar. De manera que cuando éste aprecia que nos faltan, nos manda literalmente a lamer piedras o a beber aguas de alta mineralización para suplir esa falta. La piedra que nosotros hemos elegido para lamer, es la resultante de desecarse naturalmente el agua de mar: la mejor; y el agua de más alta y perfecta mineralización, la del mar: también la mejor. A este respecto nos comportamos igual que los demás herbívoros, pero eligiendo la mejor piedra y la mejor agua para lamer.

¿Y por qué agua de mar o su residuo seco (más transportable y manejable) al que con un notable error de apreciación llamamos sal? Pues porque es en el mar donde se concentra y se guarda en perfecto equilibrio la “naturaleza mineral” de la tierra. Es esto tan cierto que, como demostró el Dr. Maynard Murray, los mejores fertilizantes del suelo son el agua de mar y el residuo seco de ésta: siempre que, como ocurre con todo fertilizante, se administre en la proporción adecuada.

Esto nos lleva a una conclusión, y es que cuando pensamos en nuestro medio, hemos de ir más allá del pedazo de suelo que pisamos, para situarnos exactamente en el planeta. Ése es nuestro auténtico medio. Y precisamente el lugar donde éste mejor se conserva, donde consigue su máximo equilibrio es el mar. Por consiguiente, cuando pensemos en nuestro medio integral, es inevitable que pensemos en el agua de mar: el medio más extendido de todo el planeta, el medio propio del 90% de la biomasa de la Tierra, el medio más propicio para la vida.

Y es que en cuanto llegamos aquí hemos de hablar forzosamente del “medio interno”, no solamente el nuestro sino el de todos los seres vivos. Porque resulta que en el diseño de todos los seres vivos ha estado presente la necesidad de crearse cada uno su propio medio interno que, resumiendo, es copia fiel del medio externo en el momento de surgir la primera célula… ¡del mar! Es decir que el medio interno viene a ser una porción del gran medio externo por excelencia, pero acotado por membranas y otros mecanismos de aislamiento.

Todo parte del gran salto que dio la biología al determinar que la unidad de vida es la célula, no cada uno de los seres vivos. Con lo cual, todo ser vivo (nuestro cuerpo, por ejemplo) se concibe como una aglutinación organizada de células (y formando parte de su ecosistema, los microorganismos que las acompañan) que viven en una especie de pecera esponjosa, que constituye el medio con el que realizan sus intercambios. Y este medio interno nuestro, tiene la misma estructura mineral que el agua de mar (el medio por excelencia), con la única diferencia de que su densidad es menor (exactamente igual que si rebajamos el agua de mar con agua dulce).

Y es al llegar aquí cuando entendemos la importancia capital que tiene mantener este medio interno en su perfecto nivel de salinidad (una salinidad muy singular, que la forman más de 95 elementos) y en perfectas condiciones higiénicas (sin contaminantes y sin desechos estancados que lo intoxiquen). Curiosamente el principal nivelador de este medio es el agua mineral que contiene todos esos minerales (únicamente la del mar) y la sal obtenida por desecación de esta agua, conservando por tanto todos los minerales que ésta contiene. He dicho “nivelador” del medio interno. Por consiguiente no hablo de agua de mar o de sal marina perfecta en grandes cantidades, sino del complemento que necesitamos para suplir lo que con toda seguridad le falta de minerales a nuestra alimentación. Es obviamente el paladar el que nos advierte cuándo nuestros alimentos están escasos de minerales y necesitan ese equilibrador.

Entendamos que si la naturaleza se ha molestado en hacernos tan agradable el comer bien (y la primerísima calidad de la comida es su perfecta mineralización), es porque se trata de una primerísima necesidad que, de no ser correctamente atendida, afectaría severamente a nuestra salud. Estamos hablando del medio interno, que no podemos dejar que se empobrezca, porque a medio y largo plazo, la falta de minerales nos pasa factura. Y no sólo la falta de minerales, sino también la falta de equilibrio mineral (que sólo en el agua de mar podemos encontrar con total seguridad).

Me siento tentado a decir que el medio interno y su cuidado es el reino de la salud, mientras que el microbio y la lucha contra él, pertenecen al reino de la enfermedad. Pasteur fue el rey del microbio. Su concepción de la lucha por la salud combatiendo al microbio, sigue dominando el panorama del actual sistema de salud, que por esa razón está basado en el medicamento. Tengamos en cuenta que su descubrimiento de las bacterias como agentes de enfermedad, fue descomunal. Hasta entonces se desconocía el origen de la mayoría de las enfermedades, lo que hacía prácticamente imposible cualquier diagnóstico y el respectivo tratamiento a él ajustado.

Fue tal el deslumbramiento que ocasionó este hallazgo de Pasteur, que impidió ver otro hallazgo de mayor importancia si cabe, debido a Claude Bernard: el del “medio interno” que garantiza una homeostasis para la que no está diseñado el medio externo.

El concepto de “medio interno” nace de una evidencia: todo organismo recibe impulsos y aportes del medio en que vive. Los organismos unicelulares son capaces de adaptarse a las grandes oscilaciones del medio. Los organismos superiores en cambio, al tener una organización más compleja necesitan una estabilidad del medio: por eso todos ellos se han visto obligados a crear su propio “medio interno” en el que las variaciones no ponen en peligro la vida de las células. Nuestras células no podrían soportar variaciones de temperatura del bajo cero a los más de 40 grados. Por eso nuestro cuerpo ha creado su medio interno acuático formado por la sangre y la linfa para que nuestra temperatura interna se mantenga en los 37 grados. Pocos grados de variación hacia arriba o hacia abajo, hacen que nuestras células enfermen. Quien habla de temperatura, habla de nivel mineral (con la respectiva variedad) al que llamamos salinidad, que es lo que nos interesa con respecto al agua de mar.

Cannon dio un paso más, asentando el concepto de “homeostasis”: «Los seres superiores constituyen un sistema abierto que presenta numerosas relaciones con el entorno. Las modificaciones del medio desencadenan reacciones en el sistema o lo afectan directamente, dando lugar a perturbaciones internas de éste. Tales perturbaciones son normalmente mantenidas en límites estrechos porque unos ajustes automáticos que sobrevienen en el interior del sistema entran en acción, evitándose de esa manera amplias oscilaciones. Las reacciones fisiológicas coordinadas que mantienen la mayoría de los estados estacionarios del cuerpo, son tan complejas y específicas de los organismos vivos, que se ha sugerido el término de homeostasis”

Tan sencillo como que nuestros órganos y nuestras células necesitan estrechos niveles de estabilidad térmica, salina, de pH, etc., por lo que no pueden estar a merced de las variaciones del medio externo.

Necesitan una fijación interna del medio externo con sus características. Eso significa, refiriéndonos a las características “minerales” del medio interno, que nuestro cuerpo ha de mantener, por necesidad homeostásica, una “mineralidad” constante en torno a los 9 gramos de minerales por litro de agua interna (sangre, linfa y demás fluidos). No puede, por tanto, soportar la altísima mineralidad del agua de mar: 36 gramos por litro. Por eso llamamos “isotónica” al agua que tiene el mismo “tono” salino de nuestro cuerpo. “Iso” significa “igual”.

Y aquí aparece otro gran visionario: René Quinton, quien hace aproximadamente un siglo, descubrió que el mar no es ni agua salada, ni agua de sal, ni agua con sal (por ahí nos lleva todavía el lenguaje), sino agua mineral total: la mejor, por supuesto, porque contiene todos los minerales de la tierra (tampoco podría ser de otro modo, dado el aporte constante de minerales al mar a cargo de las lluvias y todas las corrientes de agua). Quintón descubrió hasta 38 minerales presentes en el agua de mar. Hoy sabemos gracias a rigurosos estudios y mediciones de la Universidad de Tokio, que éstos son 95 hasta donde ha llegado su capacidad analítica: muy cerca de la totalidad de la Tabla Periódica. Con los datos que manejó Quinton, se atrevió a proclamar que el agua de mar es el plasma de la Tierra, muy parecido a nuestro plasma sanguíneo y a nuestra linfa, que forman nuestro “medio interno”. Y consecuente con esta visión, utilizó el agua de mar isotónica (rebajando su salinidad hasta la de nuestro cuerpo) como plasma sanguíneo, con unos resultados espectaculares. Demostró que “curar” el medio interno, era curar el cuerpo y recuperar la salud. Suena totalmente obvio que el mar, el medio externo de la primera célula, sea el proveedor de nuestro medio interno: porque nuestras células tienen las mismas características y las mismas necesidades que aquella primera célula. Lo que ha hecho el medio interno es conservar aquel medio sin variaciones que puedan alterar la vida de nuestras células: ni día a día, ni a lo largo de los millones de años: es a lo que llamamos homeostasis.

He aquí pues, de qué modo la salud y la integridad de nuestro organismo dependen de la armonía entre el medio externo, gran proveedor de recursos, y el medio interno, consumidor de estos recursos.

Una última reflexión dedicada a “los medios”. Es como si las palabras trabajasen por su cuenta para configurar la realidad. Porque resulta que los medios se han convertido en nuestro medio acústico, visual e informativo-conformativo. Como los monos aulladores, estamos conectados entre todos nosotros por esta algarabía performativa con todos sus formatos: sonoro, visual y transmisor de datos. La inmensa mayoría de individuos de la especie, no sabemos vivir ya desconectados de este “medio”: estamos tremendamente condicionados por él igual que por el medio biológico. Y también este “medio” formado por los medios determina nuestra forma de ser. Y no en pequeña medida.

Mariano Arnal

Medicina

Del grupo léxico médico, es una palabra heredada de los romanos con los mismos valores iniciales que tenía para ellos, a saber: el de ciencia o arte, y el de medicamento o remedio. En la actualidad, el término “medicina” tiene asignado un valor más, de gran peso específico: el de organización. En esta ampliación del significado se refleja (igual que en la enseñanza, por ejemplo) el gran salto de la actividad individual, a la organización potentísima del sector en torno a un cuerpo de doctrina en constante evolución y a unas complejísimas estructuras profesionales y económicas, que han trascendido totalmente la individualidad. El universo de la medicina se gobierna como una de las más potentes industrias, en primera fila en cuanto a desarrollo, investigación y organización; y cuenta con importantes ramificaciones en sectores tan potentes como la agricultura, la ganadería, la industria de elaboración de alimentos y la cosmética.

Yendo al origen latino tenemos, en primer lugar, que la palabra medicina forma parte de un extenso campo léxico formado por una treintena de palabras, entre las que destacan el verbo medeor, cuyo significado primario es cuidar, tratar, y de ahí aplicar remedios (medelae); el participio presente medens, medentis, que funcionó como primitivo nombre del médico (Democrates, e primis medentium = Demócrates, uno de los primeros médicos); el femenino de médicus, que tanto nos cuesta asimilar a la lengua española (al hablante le suena mejor «doctora»): médica, en consonancia con el verbo medeor del que procede, era para los romanos la partera, la comadrona, la enfermera; medicábulum era el lugar adecuado para curarse; medicina llamaban los romanos a la ciencia de curar (que nosotros entendemos por medicina) y a la cirugía. Tenían también fijado para esta palabra el valor de medicamento: medicinam facere alicui = preparar una medicina para alguien. En la fábula de la grulla y el lobo, de Fedro, en la que se atraganta el lobo, vemos claro el valor de cirugía: gruis periculosam fecit medicinam lupo= la grulla le hizo la peligrosa intervención al lobo. Hay que señalar como curiosidad que los romanos llamaban tanto medicina como medicamentum y medicamen a los aceites, tinturas, cremas, ungüentos y pomadas de uso cosmético. El único adjetivo con que calificaban los romanos la medicina, era el de veterinaria, aunque preferían medicina iumentorum, medicina pécorum, mulomedicina. En cambio hoy los adjetivos son numerosos: medicina clínica, medicina doméstica, laboral, legal, forense, pública, privada, preventiva y un largo etcétera, resultado de la extraordinaria evolución que ha experimentado y del enorme peso social que tiene.

Pasando de la medicina al médico, seguimos dependiendo del latín médicus, que significa igual que entre nosotros, médico, cirujano. Y como entre nosotros, tiene también la forma adjetiva médicus, a, um, con el significado de medicinal; y también con el de encantador, hechicero, experto en sortilegios. Vale la pena recordar que antiguamente se distribuyó el trabajo entre el médico (que era el sabio que creaba las medicinas), al que no le estaba bien mancharse las manos; y el cirujano, a cuyo cargo quedaba todo el trabajo manual. Este menester quedaba en manos del barbero.

La palabra “médico” no ha crecido sola. Forman su entorno como antecedente, el verbo medeor; en el mismo plano, medicare, medicina, medicamen, medicamentum, remedium, irremediábilis. La similitud de forma y de significado con el griego medw (médo) y μεδεω (medéo) induce a pensar que el equivalente latino deriva del griego, o que ambos derivan de una misma lengua anterior. En su forma activa significa medir, regular, contener en una medida; en voz media, en cambio (μεδομαι /médomai) significa ocuparse de, preocuparse de, soñar en, pensar en, desear. El sustantivo obtenido del participio presente (μεδων / médon) (=el que se preocupa de, el que tiene alguien a su cuidado), se traduce como «jefe», «rey». La forma μεδεω significa además «reinar». “De casta le viene al galgo”, dice el refrán. Resulta que en su mismo origen, el rey y el médico están emparentados. Quizá estaba escrito ya en las estrellas, que los “cuidadores de la salud” acumularían tanto poder… y tanto dinero (especialmente los laboratorios, parte capital del sistema). No olvidemos al respecto, que lo que más apreció el enfermo del médico, fueron sus “remedios”, es decir los medicamentos. Y recordemos de paso que al médico (igual que al abogado) se le retribuía por lo que valía, no por lo que hacía o trabajaba. Por eso su retribución tenía el concepto de “honorarios” (honoris causa), y jamás el de sueldo, salario, paga, etc. que correspondían al estamento servil.

Función del médico era, pues, preocuparse por el enfermo. Eso explicaría que durante siglos haya funcionado la medicina a distancia. Se consideraba normal que el médico ni viese al enfermo. Lo suyo era fundamentalmente saber y decidir. La visión directa del enfermo no se consideraba que aportase nada decisivo para su curación. Y la fe de éste no nacía de la visión del médico, sino de conocer su dedicación. Pero donde se concentraba finalmente toda la fe del enfermo, era en la medicina. La principal actividad del médico no era, pues, visitar ni cuidar enfermos, sino «crear» para ellos las medicinas adecuadas. Dar con la «fórmula magistral». El enfermo confiaba en el médico en tanto en cuanto éste acertaba a diseñar la medicina adecuada, cuyo secreto se blindaba por todos los medios (uno de ellos, la receta ininteligible). Probablemente es la propia inercia que viene de tan lejos, la que impulsa a muchos pacientes a reclamarle recetas al médico y a acumular cantidad de medicinas; y es también esta misma inercia la que ha hecho posible el mantenimiento de una asistencia primaria basada casi exclusivamente en la receta, como sucedáneo de la asistencia médica.

Obsérvese, sólo de paso, que en la muy probable conexión entre el “médicus” latino y el “médon” griego, se ha mantenido a pesar de los milenios una extraña conexión: el médon griego era uno de los nombres del “rex” latino, dos términos del mismo campo semántico: el que se refiere al cuidado, la preocupación y, como extensión de ésta, la autoridad. La variación léxica latina de rex (rego, régere, rectum) nos da una idea clara de la extensión de este campo significativo. Del cuidar (medéo, régere, rectum), se pasa al mandar (médo/médon, rex) en un abrir y cerrar de ojos. Hemos pasado del ιατρος (iatrós,médico) a la iatrocracia (el dominio de los médicos y el poder de la medicina) sin habernos enterado siquiera. Pero el poder ahí está, y está entre los más grandes y absolutos que rigen nuestra sociedad: nunca jamás tuvo tanto poder el sistema que rige nuestra salud (cada vez hay más dudas sobre si realmente la “cuida”). Y obsérvese también que mientras la medicina, comandada por la farmacología, ha ido a ocupar áreas cada vez más explícitas y extensas de poder (los médicos están a punto de ser declarados “autoridad civil”) la terapéutica (de origen servil) se ha quedado en el ámbito estricto de los cuidados y de la salud.

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Cuando el médico era médicus, es decir en la cultura romana, aún se creía que traía poderes heredados del hechicero de la tribu; que era un encantador, un experto en sortilegios, que tenía algún tipo de contacto con las fuerzas y con los espíritus de la naturaleza, y que gracias a ello obtenía la curación del enfermo. Cuando la ciencia no tiene respuesta, cuando no se conoce la naturaleza de la enfermedad y por tanto no hay capacidad de intervención, se recurre a la invocación de poderes naturales y sobrenaturales. En culturas primitivas era ésa la práctica habitual de la medicina; y en culturas más evolucionadas es un recurso excepcional, pero no ya de carácter médico, sino exclusivamente mágico-religioso.

Ésta fue la medicina sustitutiva de una ciencia que no existía. Incluso en Grecia, patria de la razón, la medicina nació en los templos porque se consideraba que eran finalmente los dioses los que daban y quitaban la salud; e incluso hoy, el enfermo que no ha encontrado remedio en la medicina, antes de tirar la toalla y considerar irreversible su enfermedad, recurre a lo ancestral, al curandero, o a los santos milagreros y a sus templos (hoy es el de Lourdes el que registra mayor actividad). Miles de exvotos dan fe de ello. El índice de eficacia de estas prácticas es muy bajo. Funcionan en tanto en cuanto actúan sobre el componente psíquico que acompaña a toda enfermedad, y solamente cuando éste forma parte sustancial de la etiología y por tanto es capaz de arrastrar a las demás causas. E incluso eventualmente fuera de toda explicación de cualquier tipo.

Si la enfermedad es para el romano aegritudo (melancolía, pesadumbre, aflicción, tristeza), es decir algo fundamentalmente anímico, se entiende que el médico tenga que actuar por una parte sobre el espíritu del enfermo, y por otra se tenga que entender con los espíritus de la naturaleza, al tiempo que aporta los remedios que ahuyenten el mal espíritu que se ha apoderado del enfermo; y que este concepto de médico conviva con el científico que se va abriendo paso. Éste es el concepto holístico de la medicina, pero está muy lejos de entenderlo así la medicina convencional.

Ni las expectativas del enfermo respecto a los «poderes» del médico vienen de la nada, ni le van mal a la medicina estos excesos de fe. La medicina, por científica y tecnificada que sea, no puede ni debe prescindir del componente psíquico de toda enfermedad (ahí está la Nueva Medicina Germánica), puesto que en el menos eficaz de los casos, contribuye a alimentar la fe del paciente y a aliviar en alguna medida su estado de postración (aegritudo).

La pertinacia del enfermo por seguir viendo en el médico al heredero del mago, nos ha dejado dos profundas huellas léxicas: la primera, que el hablante le asigna a todo médico el más alto título académico, «doctor», porque necesita verlo en el más alto nivel del saber. Y la segunda, que se empeña en adjudicarle al médico la facultad de devolverle la salud, de manera que cuando se le dice que el médico sólo cuida («cura») al enfermo, y que es la naturaleza la que le «sana» (Médicus curat, natura sanat), el hablante vuelve a su idea, asignando al término «curar» el valor de «sanar».

Y una última reflexión sobre el dificilísimo camino de entrada que tiene el agua de mar en la medicina. El sistema de salud sólo entiende el “medicamento” como recurso de curación autoaplicable por el enfermo, previa prescripción médica. De ahí que el agua de mar haya podido penetrar en el santuario médico por la única puerta legítima: como producto de laboratorio, con todo lo que ello comporta de formas de promoción y precios. Y ni siquiera con la categoría administrativa de medicamento, sino únicamente como “complemento alimentario”. En Francia fue medicamento durante muchos años y figuró como tal en el Vademécum francés (el Dictionnaire Vidal), hasta que lo hizo inviable la nueva normativa europea del medicamento. En cambio el sector terapéutico la tiene en gran aprecio y la recomienda no sólo como “medicamento” en numerosas terapias, sino también como complemento alimentario y como recurso culinario.

Mariano Arnal

Higiene

Υγιεια (hyguiéia), que significa «salud» es la palabra griega que ha usado la medicina para ponerle un nombre de postín a la limpieza. (Los anunciantes de productos de limpieza suelen recrearse en la redundancia «higiénicamente limpio»). De todos modos, en esta palabra, y en especial en relación con su sinónima latina «sanidad» se han producido algunos fenómenos interesantes. Mientras que se está generalmente de acuerdo en que con el sustantivo «higiene» denominamos «la ciencia que trata de la salud y su conservación», o según otra definición parecida, «la parte de la medicina que tiene por objeto la conservación y mejoramiento de la salud individual y colectiva», en cuanto pasamos a su adjetivo, «higiénico», hemos rebajado de tal manera su categoría científica, que llegamos al objeto que determina la más alta frecuencia de uso de este adjetivo: el «papel higiénico».

Con la palabra «sanitario», derivada de «sano», llegamos también a terminales curiosos: «el personal sanitario», «el sanitario» tratándose de una sola persona de este colectivo, «lo sanitario» (en referencia a todo aquello que tiene que ver con la sanidad, más que con la salud) y «los sanitarios», que así se llaman en el sector de la construcción los elementos propios del cuarto de baño: wáter (el sanitario por excelencia), lavabo, bañera, videt. Parece que fue la firma Roca la que puso en circulación este uso del término en el enunciado «Sanitarios Roca».

Para los griegos υγιεια (hyguiéia) significaba «salud» sin más, aunque se usaba también esta palabra como sinónimo de medicina. Con inicial mayúscula, era el nombre de Higea, diosa de la salud, hija (en algunos mitos, esposa) de Esculapio, asociada al culto de este dios. Higea solía usarse también como adjetivo acompañando a otras divinidades que no son especialmente sanadoras como Deméter y Atenea.

Más de una veintena de palabras forman el campo léxico de υγιεια. Y una aclaración ortográfica: la h le viene a higiene, igual que a historia, Homero, etc. de un signo que va encima de la vocal inicial (que no puedo reproducir en este programa), que se llama «espíritu áspero» y que indica que esa vocal ha de pronunciarse aspirada. Esa aspiración se transcribe mediante la h, que nosotros no aspiramos, pero los ingleses sí.

Donde acaba de asentarse el significado de higiene es en las especificaciones: «higiene privada» por oposición a «higiene pública», «higiene social» (en la que se engloban la higiene sexual, la «higiene mental», la «higiene terapéutica», la «higiene industrial», etc.)

Lo históricamente relevante es que nuestra civilización, procedente de la romana, tan adicta a los baños, vivió de espaldas al agua durante muchos siglos. Es el caso que los romanos construyeron lujosas termas en todas las ciudades de alguna importancia, y fue un hábito común la práctica del baño y de lo que hoy llamamos “higiene” en los baños públicos. Pero la decadencia de las costumbres que precedió al derrumbe del imperio, acabó convirtiendo estos lugares en casas de citas, de prostitución y de escándalo. Eso dio lugar a que la gente normal dejara de frecuentarlos, con lo que se acentuó aún más su aspecto decadente. Los moralistas, obviamente, arremetieron contra ellos. Resultado de todo ello fue que la inmoralidad y los baños quedaron definitivamente vinculados. La gente decente no frecuentaba los baños; y como no los había privados, el resultado fue que Europa vivió de espaldas al agua y a la “higiene” durante más de 1.500 años.

Nadie duda de que las grandes epidemias de peste tenían su origen en la tremenda falta de higiene. La Ilíada empieza contando que en el campamento griego, la peste mataba más soldados que la guerra (lo atribuían a las flechas de Apolo). Y de Troya sabemos un montón porque se han excavado 10 ciudades, cada una edificada sobre los escombros de la anterior. Y tampoco era mejor la situación de Roma. Al perfilar el calendario, muy al principio, y tener que añadirle meses (empezaba el año en marzo: de ahí que septiembre, octubre, noviembre y diciembre fueran los meses séptimo, octavo, noveno y décimo), decidieron dedicar todo un mes, el de febrero, a la limpieza, que buena falta les hacía (februarius es el mes de la purificación), y celebraban el resultado con el carrusel del carnaval. “Februa” eran las ceremonias lustrales (de limpieza) y de purificación (todas las cosas esenciales de la vida se ritualizan). Un mes al año dedicado a estos menesteres, y un año de cada 5 (el lustro) destinado al mismo objetivo, no estaba nada mal.

Es que, tal como la naturaleza no produce basura propiamente, puesto que el reciclaje le es consustancial, la civilización es una tremendísima fábrica de basura. Si lo sabrían los romanos, que ya 600 años antes de Cristo construyeron la Cloaca Máxima que, además de drenar las aguas pluviales (recordemos que Roma se construyó sobre 7 colinas), arrastraba hacia el río todos los desechos de la ciudad, para que fueran éste y el mar quienes los reciclaran. Muchísima basura en fin de cuentas. Y luego estaban las cuadras (por lo menos para la fuerza motriz de entonces, que eran los caballos), en las que desembocaban las letrinas, si las había, o que eran directamente el aliviadero de tripas y vejigas. Y además, “el arroyo” que discurría entre medio de cada dos hileras de casas que daban la cara a la respectiva calle y se daban la espalda entre sí. Eran las lluvias las que limpiaban ese arroyo al que se lanzaban toda clase de desechos, incluidos los de los “vasos de noche”. En fin, que formaba parte de la normalidad más absoluta, vivir rodeado de basuras. Y menos mal que los romanos tenían las termas, que compensaban tanta suciedad del ambiente con una exquisita higiene personal.

Pero cuando se acabaron los baños, lo demás siguió exactamente igual. En el palacio de Versalles (siglo XVII) no había cuartos de baño ni nada que se le pareciese. Rincones sí, muchos, y personal de servicio para limpiar lo que los/las nobles ensuciaban. Fue más tarde cuando se construyeron para esos menesteres esa especie de garitas colgadas en el exterior de las casas que luego fueron a parar a las galerías. Los bajantes conducían las “aguas servidas” a la red de cloacas si las había; y si no, al arroyo. Tenían que estar en el exterior, puesto que no había manera de evitar los malos olores. Hasta que se descubrió el desagüe en sifón (el wáter closed), el único tapón hermético que evita la subida de olores de la cloaca. A partir de ahí la higiene dio un vuelco espectacular: se podían instalar “cuartos de baño” en cualquier lugar de la casa, con tal que hubiese al menos una chimenea de ventilación. Y se llamaron “baños” o “cuartos de baño” porque eso fue lo más llamativo: que con ellos entró el “balneario” en casa. Termal por más señas. Y de eso hace menos de un siglo. Lo esencial es que había entrado el agua a las casas y que con este fenómeno se había inaugurado una nueva era por lo que respecta a la salud derivada de la simple limpieza (básicamente del agua y el jabón). A este nuevo impulso específico y externo de la salud se lo llamó “higiene”.

Simultáneo a este movimiento de la higiene doméstica, se desarrolló el de los balnearios y baños públicos. Se redescubrieron miles de fuentes mineromedicinales y termales en toda Europa y en su área de influencia, y se reconstruyeron sobre ellas o se construyeron de nuevo establecimientos balnearios. Además del poder curativo y preventivo del agua y el jabón, se descubrieron distintas aguas con poderes curativos diferenciados en razón de los minerales que contenían. Todo esto, obviamente, formaba parte del concepto de higiene que se había puesto de moda. Pero finalmente quedó reducido este concepto al agua y al jabón. Al servicio de esta higiene se abrieron en las ciudades numerosos baños públicos que ofrecían básicamente el servicio de duchas hasta que se generalizaron éstas en las casas.

Y ahora viene lo más espectacular de este redescubrimiento del agua para la salud: entre los balnearios de aguas mineromedicinales, estaban también los balnearios marinos en las playas, como una opción más. Se habían descubierto también las virtudes del agua de mar. Y como en los balnearios se valoraba no sólo el agua, sino también el clima, ya que la hidroterapia y la climatoterapia fueron siempre juntas, resulta que al principio en las playas se valoraba mucho más el clima que el agua: de ahí que en muchas de éstas, junto a los merenderos se instalaran “baños”, pero de agua dulce. Se había descubierto, en efecto, que para la tremenda plaga de la tuberculosis no había mejor remedio que el clima de la playa: tanto para prevenir como para curar.

Al principio había una enorme prevención contra el agua de mar: los baños tenían que hacerse por prescripción facultativa y bajo la atenta mirada del médico, que vigilaba en la caseta sobre ruedas arrastrada al interior del agua por un mulo, preparada con una cama y personal auxiliar que esperaban al bañista con una buena calefacción y cantidad de toallas para reanimarlo y hacerle entrar en calor. Los pobres naturalmente tuvieron que apañarse sin mulo, sin caseta y sin médico. Y fue así como fueron tomándole confianza al agua de mar… hasta llegar al espectacular fenómeno de las playas abarrotadas todos los veranos en todo el mundo.

Entretanto, gracias a René Quinton se descubrieron las enormes propiedades curativas del agua de mar, muy superiores a las de cualquier otra agua mineromedicinal. Creció así el prestigio del agua de mar, junto con el de la playa: los beneficios para la salud eran evidentes. La playa fue el gran recurso de los pobres para prevenir y curar la tuberculosis (los ricos tenían la recién descubierta y carísima penicilina); fue el mejor lenitivo para la psoriasis y demás problemas dermatológicos; fue un regulador hormonal y tonificador nervioso indiscutible. La prueba de esta secuencia de evidencias es que quien descubría la playa, ya no podía renunciar a ella. Y así fue como se generó una poderosísima corriente de turismo hacia la playa: el segmento turístico más potente en todo el mundo. Hasta hoy, y creciendo.

Y al mismo tiempo ocurría otro fenómeno singular: el progresivo agotamiento del agua de los ríos y de los acuíferos empleada para atender la demanda imparable de agua para la higiene. Este fenómeno ha hecho que en países de escasos recursos de agua dulce, las compañías suministradoras hayan decidido proveer a las casas con carácter gratuito, de una doble instalación de agua de mar para el baño, a fin de potenciar el ahorro de la carísima agua dulce que suministran. Con la enorme ventaja de que, haciendo de necesidad virtud, los que se han habituado al agua de mar para la higiene personal, han descubierto en ella un potencial de salud que no alcanza ni de lejos el agua dulce. El resultado evidente es que gracias a la sustitución en los baños del agua dulce por el agua de mar “para la higiene”, nos hemos encontrado con que estamos abriéndole camino a la higiene de segunda generación, mucho más potente que la primera.

Mariano Arnal

.Presentación

PALABRAS QUE SON COSAS

Somos irremediablemente “el animal que habla”. A eso lo llamaron en griego “Zóon loguikón” (tentaciones da de traducirlo como “el animal lógico”; pero no, no es ésa la idea). El problema de esa definición es que mientras los griegos expresan con una sola palabra: “LÓGOS” dos conceptos, el de “Palabra” y el de “Razón”, en latín necesitaron un nombre para cada uno de estos conceptos: “Verbum” para expresar la “Palabra”, y “Ratio” para expresar la “Razón”. Con el inconveniente añadido de que el “Verbum” latino es polisémico, pues denomina a la vez la categoría gramatical del “Verbo” y el concepto de “Palabra”.

En resumen, que a la hora de traducir la definición aristotélica de Hombre, a lo que Aristóteles llamó en realidad “el animal que habla”, los romanos lo llamaron “el animal que razona” o “animal racional”. El enredo no es de menor cuantía. Si toda definición se hace atendiendo a los caracteres más inmediatamente perceptibles, es obvio que lo más perceptible en el animal hombre como diferencial de los demás animales, es que habla; porque lo de razonar, que obviamente acompaña o sigue al hablar, no es algo evidente (sobre todo si lo separamos del habla), algo que se perciba con los sentidos, sino algo que se deduce. De ahí que el Zóon Loguikón (Ζωον Λογικον) de Aristóteles no puede ser otro que el “Animal hablador” que le entendieron todos los griegos. Pero como los romanos no pudieron traducir “Animal Verbale”, que hubiese quedado muy chusco, tradujeron “Animal Rationale”: por eso nosotros definamos al hombre como “Animal Racional” en vez de definirlo como “Animal Hablador”. ¡Menudo enredo!

Es esa condición de “Animal Hablador” que tan bien define nuestra condición humana, la que nos fuerza a entenderlo y expresarlo todo con PALABRAS (en latín, “verba”, y en griego “lógoi”).

Y obviamente, cuando entramos en el territorio sagrado de las PALABRAS QUE SON COSAS, porque nos referimos con ellas a entes de razón (ahí entran todas las ciencias, más el derecho, más la filosofía… ¿y la poesía?), no queda más remedio que proceder VERBATIM, es decir palabra por palabra, dando cuenta estricta del valor de cada una.

Y creo que esto es especialmente importante para nosotros que nos dedicamos a arar en el mar. Bastante difícil es que se mantengan abiertos los surcos que en él abrimos, para que vayamos dejando por ahí cabos sueltos y, además de tropezar con la ciencia, tropecemos con las palabras.

Pues bien, a eso dedicaré esta nueva sección con verdadera fruición: porque éste es para mí un quehacer de lujo. Mi formación en lenguas clásicas me ha forzado a ser analítico y me he empleado extensa e intensamente en el análisis de las palabras, sus formas y sus funciones. Y me he dedicado a jugar con ellas en el ámbito de una disciplina a la que llaman “lexicología”.

Llevo miles de partidas jugadas en este deporte; así que entrenamiento no me falta. Cuento además con un considerable yacimiento de fondos propios. Lo que pienso hacer de diferencial en esta sección, es aludir siempre a la conexión fuerte o débil que tenga la palabra con el agua de mar. Si abordo, por ejemplo, la palabra “colesterol”, me referiré al hecho de que todos los que se hacen análisis periódicos de sangre, al consumir agua de mar constatan que se les regula el colesterol. E intentaré además explicar por qué.

Por eso confío en que a medida que vaya creciendo esta sección, aquamaris.org se convertirá en página de referencia léxica en el entorno de los recursos naturales para la salud.

De todos modos, si he de sincerarme con mis futuros lectores, he de decir que igual que es difícil mantener una conversación sobre cualquier tema con un médico o con un economista, pongamos por caso, sin que “impriman” si visión médica o economicista a cualquier tema, del mismo modo se le hace difícil a un lexicólogo hablar de cualquier cosa sin sacar a colación las palabras con que éstas se nombran como la clave de que esas cosas sean como son. En fin, que cada uno lleva el agua a su molino, y yo llevo el agua al molino de las palabras. Si éstas no son la clave de la realidad que nombran, sí son al menos un prisma diferente que arroja una luz peculiar sobre las cosas. Confío en que esta nueva sección de aquamaris.org despertará el interés de aquellos a quienes les resulte atractivo ver las cosas iluminadas por esa otra luz.

Mariano Arnal

Presentación del Libro. 7 Días en el mar sin agua y sin comida

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El próximo 28 de Junio presentamos el nuevo libro “7 Días en el mar sin agua y sin comida”. En él se cuenta la experiencia de naufragio voluntario que se vivió en Fuerteventura para demostrar que un náufrago puede sobrevivir en el mar por lo menos siete días en condiciones aceptables alimentandose únicamente con agua de mar.
La presentación se complementará con las siguientes actividades:

– Desayuno gratuito (frutas variadas, infusiones, frutos secos, zumos…)
– Degustación de tapas y pizza cocinadas con agua de mar (1€/u.)
– Firma de libros por el autor
– Taller para aprender a hacer “after sun” con aloe vera y agua de mar
– Cata de aguas de mar
– Juegos y entretenimientos para niños

*Presentando el carnet de Aqua Maris llevate el libro gratis!
+info
Entrevista realizada a Mariano Arnal por AAMAR (Amigos del agua de mar)

 

Día del Libro en Aqua Maris

c3Qtam9yZGktMi0x_220225_6140_1Con ocasión del día mundial del libro, queremos obsequiar a todos nuestros lectores con nuestros dos libros de carácter divulgativo sobre el agua de mar, descargables en PDF y totalmente gratuitos:

Cómo beber agua de mar (Descargar)
La mejor sal. Agua de mar (Descargar)

Disfrutadlos y compartidlos.

Feliz Sant Jordi!

Conectados al Mar

Si acabas de tropezarte con el agua de mar, sepas que has dado con el recurso más valioso a tu alcance para conectarte con la naturaleza. Con el conector más potente y polivalente. El SOL y el MAR son nuestras dos máximas fuentes de energía. Del sol obtenemos la energía externa, y del mar la energía interna.

El mar es la matriz de la tierra y de todos los seres vivos. Es el que les provee de agua y en cantidad menor también de minerales. Si las olas al romper no lanzasen al aire esas nubes de gotas microscópicas de agua de mar completa, con todos sus minerales, la tierra estaría muerta. Mira lo que nos ocurre por la escasez de un solo mineral, el yodo, lejos del mar: la tiroides funciona defectuosamente y se produce el bocio. Apenas se da esta enfermedad junto al mar, y en cambio abunda tanto más cuanto más nos alejamos del mar. Eso es lo que sabemos; ¡pero hay tanto y tanto que no sabemos!

Las plantas han encontrado la manera de proveerse de minerales hundiendo sus raíces en la tierra. Nosotros nos alimentamos de las plantas, pero no nos bastan los minerales que contienen: necesitamos más. Por eso el paladar nos pide sal (de la buena, de la que nos da el mar: de lo contrario, la salud se resiente) en su justa medida, porque en cuanto nos pasamos, rechaza la comida.

La naturaleza es así de sabia. Lo que ocurre es que a menudo nos pasamos de listos y la engañamos: pero en el pecado llevamos la penitencia.

Todo esto nos dice que la provisión completa de minerales, es para nosotros algo vital y de primerísima necesidad. Y puesto que sabemos que el mar lleva millones y millones de años preparándonos esos minerales en sus aguas, hemos de recurrir a ellas como la mejor fuente para proveernos. Basta con decir que si a nuestra sangre le quitamos los glóbulos y las plaquetas, lo que nos queda es el plasma: que curiosamente tiene una composición mineral muy parecida al agua de mar. Tanto, que ningún laboratorio ha conseguido jamás fabricar un plasma tan perfecto como el agua de mar rebajada a la salinidad de nuestro cuerpo.

¿Y por qué son tan importantes los minerales? Pues porque son los que hacen que el agua sea conductora de electricidad. ¿De qué nos sirve cargar con un odre de agua que representa el 70% de nuestra masa corporal, si por esa agua no circula energía? ¡Si por algo cargamos con tanta agua, es porque la necesitamos para que circulen por ella los electrolitos y las demás sustancias que le dan vida a nuestro organismo. Pero sin los minerales, lo demás no vale nada.

Por eso, a la hora de pensar en energía, a la hora de recargarnos, hemos de pensar en el mar. ¿Qué hizo la humanidad cuando se dio cuenta de que tenía que vivir más conectada a la naturaleza? ¿Adónde se dirigió? ¿Hacia dónde encaminaron sus pasos la inmensa mayoría de la gente para recuperar energía, fuerzas, ganas de vivir?

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Fueron justamente al lugar en que se puede disfrutar de lo más potente de la naturaleza: el sol y el mar. A la playa que se fueron. Y aunque nos ha costado, hemos aprendido a no abusar del sol, totalmente imprescindible para nuestra salud y nuestra vida; como hemos aprendido a no abusar de la sal integral (agua de mar en polvo; o mejor todavía, agua de mar), tan imprescindible como el sol. ¿Existe acaso conexión más potente con la naturaleza?

 

Mariano Arnal

El Poder Terapéutico del Agua de Mar

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El concepto de agua mineromedicinal, aplicable al agua de mar más que a ninguna otra, es tan antiguo como la humanidad. Es el tiempo glorioso de los balnearios, cuando curarse significaba cuidarse: y se hacía con calma y parsimonia. Eso fue antes de que nos tragásemos el bulo del milagro químico, que nos promete salud a base de pastillas: sin necesidad de cuidarnos, e incluso descuidándonos y maltratándonos.

 

Porque es verdad que hay algo infinitamente mejor que el medicamento: eso lo sabían muy bien los griegos, que al conjunto de factores que nos proporcionan una vida sana lo llamaban “diaita” y nosotros lo dejamos en “dieta”, que tampoco está mal.

 

Y por ahí andamos, buscando una forma de vida integral que nos lleve a conservar la salud o a recuperarla si ha sufrido mengua. Nuestros antepasados adinerados dieron con los balnearios, en los que se pasaban algunas temporadas: y bien que les iba. También nosotros hemos descubierto ese valor, pero con la ventaja de que hemos dado con el mejor de todos los balnearios posibles, con el mejor clima a muchísimos efectos, y con la mejor agua. Y encima gratis, sin necesidad de que antes nos hagamos ricos. Hemos descubierto el mar y la playa: y ahí que nos vamos todo el tiempo que podemos, porque en la playa acaudalamos salud y bienestar.

 

Resulta que por el simple hecho de respirar el agua de mar que pulverizan las olas al romper, y sin que sea preciso hacer nada especial, durante todo el tiempo que estamos bañándonos en el mar o tomando el sol y divirtiéndonos de cualquier manera en la playa, estamos realizando las más extraordinaria terapia para las vías respiratorias. Por eso todo el que va a la playa con alguna afección respiratoria, no sólo le pone remedio rápido, sino que además queda como vacunado contra esas afecciones por bastante tiempo. Afortunadamente la técnica ha sido capaz de imitar ese efecto de la naturaleza con nebulizadores por ultrasonidos, muy económicos, y que producen los mismos efectos terapéuticos.

 

¡Y qué decir del efecto beneficioso del agua de mar en la piel! Quien más, quien menos, se ha encontrado con alguna herida en temporada de playa, y ha observado con estupor cómo se le cerraba y cicatrizaba limpiamente en tres días gracias a los baños con agua de mar. Se enteran también muy pronto de sus beneficios los que llegan con hongos en los pies, con sudor insano, con piel enfermiza, con erupciones y con acné; los que tienen grasiento el cuero cabelludo, los que producen mucha caspa o pierden demasiado pelo. Todos ellos vuelven nuevos y con un aspecto de salud desbordada por todo el cuerpo.

 

Pero es que los baños en agua de mar, más el sol, más la arena, más el microclima de la playa, el más privilegiado por juntarse ahí cielo, mar y tierra, ejercen un efecto sedativo en el sistema nervioso y regulan de forma extraordinaria todo el sistema hormonal.

 

Todo eso por fuera. Pero cuando te da un revolcón una ola y te bebes una gran bocanada de agua de mar, entonces le das la ocasión de trabajarte también por dentro. ¿Cómo? Si se trata de un buen trago, el efecto es laxante y por consiguiente purgante. No está mal contar con un remedio tan efectivo para un mal tan extendido y para una limpieza que conviene hacer un par de veces al año. En tal caso ya no hay que contar con la bocanada ocasional, sino con aprovisionarse y tenerla siempre en casa.

 

Ese efecto lo tenemos bebiendo agua de mar tal y cual y en cantidades importantes. Pero hay otras formas de beberla, más pausadas, pensadas para retener en el cuerpo la riqueza mineral de la más completa de las aguas minerales puesto que contiene la totalidad de los elementos de la Tabla periódica que se encuentran en la tierra, y que forman parte de todos los seres vivos. Indispensables por tanto para que nuestro organismo funcione a la perfección.

 

Si tenemos en cuenta que toda enfermedad tiene su origen en la carencia de elementos constitutivos de nuestra estructura orgánica y de nuestro funcionamiento fisiológico, y que la materia prima de todo ser vivo y de toda nutrición son los minerales, llegaremos fácilmente a la conclusión de que la primera medida para atajar las enfermedades, es proveer adecuadamente a nuestro organismo de la materia prima: la totalidad de los minerales, que únicamente están disponibles y directamente asimilables en el agua de mar.

Mariano Arnal

Los Estados del Agua de Mar

Los que nos dedicamos a explorar las posibilidades del agua de mar para nuestra salud, hemos de empezar por clarificar qué decimos cuando decimos AGUA DE MAR. Es evidente que quien respira junto al mar, no tiene la sensación de respirar agua de mar. Sí en cambio, quien la respira a través de un nebulizador.

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Del mismo modo que los que viven en zonas hivernales no hablan de nieve sin más, porque para ellos es esencial distinguir sus diversos estados y formatos; así también los que habiendo conocido el enorme potencial salutífero del agua de mar queremos acceder a la plenitud de sus beneficios, no podemos hablar sin más del AGUA DE MAR, como si con esa expresión estuviese todo dicho.

Es evidente que a efectos de utilización terapéutica no es lo mismo el agua de mar sólida (congelada) que líquida, que pulverizada; ni es lo mismo con todos sus microorganismos (viva) que sin ellos (muerta o exclusivamente mineral, es decir esterilizada); ni es lo mismo libre (líquida) que contenida en diversas materias orgánicas, en forma de gelatina. Es del todo evidente que las posibilidades que ofrece el agua congelada no las tiene el agua a temperatura ambiente o a alta temperatura. Evidente también que la utilización combinada de estos tres estados térmicos presenta unas propiedades terapéuticas distintas que la utilización de cada una de ellas por separado. Es evidente asimismo que el agua de mar desecada (la sal marina integral) es el mejor sucedáneo del agua de mar cuando ésta es inaccesible. Y por llegar al último nivel de concreción al alcance de todo el mundo, no es lo mismo salar la comida con sal marina (aunque sea la mejor sal) que con agua de mar; ni es lo mismo someter el agua de mar al desgaste de la cocción agregándola al principio, que evitar su degradación por el fuego, salando con ella sin someterla a temperaturas por encima de los 60 grados.

Los que no estamos especializados en la nieve, podemos emplear exclusivamente esta palabra para hablar de ella; pero los que están mínimamente especializados, ya sea por deporte, ya por razones científicas o por formar la nieve parte esencial de su hábitat, están obligados a tener en cuenta sus distintos estados a fin de conocer su comportamiento y así poder disfrutar de ella con mayor provecho o para defenderse de ella con más eficacia.

No es distinta la situación respecto al agua de mar. Para un profano, incluso la referencia a «AGUA DE MAR» constituye un salto importante en sus esquemas de conocimiento, porque ésta forma parte de su vida exclusivamente para baño cuando va a la playa, y con la boca bien cerrada para ahorrarse un mal trago. Pero a un especialista en Talasoterapia no se le puede aceptar igual limitación del lenguaje, porque ello implica y casi impone una análoga limitación del conocimiento de su materia de estudio: las propiedades terapéuticas del agua de mar, son evidentemente distintas según su estado. En efecto, el que busca en el agua de mar la curación de sus afecciones respiratorias, no tiene nada que hacer con el agua de mar en estado sólido (congelada), mientras que si dispone de ella en forma pulverizada o nebulizada, sus expectativas de curación son ciertamente muy altas: más que con cualquier medicamento.

En el entorno de esta disciplina, tiene muy poco sentido hablar sin más de «agua de mar», porque eso representa cerrar horizontes. En Talasoterapia es imprescindible distinguir los ESTADOS DEL AGUA DE MAR. Imprescindible. Por supuesto que hemos de buscar la excelencia, que sólo podemos alcanzar en el mar vivo: trago directo; respiración de la bruma que levanta el choque de las olas contra el acantilado; baño en agua viva y dinamizada; ingesta de la gelatina natural formada con las microalgas secas que les arrancan las olas a las rocas. Pero éstas no son las condiciones ordinarias en que podamos disfrutar del mar los 12 meses del año. Son condiciones excepcionales de las que podemos gozar esporádicamente: por lo común, sólo si vivimos muy cerca del mar; y de no ser así, únicamente durante las vacaciones.

Pero no podemos ser maximalistas. La vida es el ejercicio continuo de lo posible. Podemos gozar de las virtudes del agua de mar no sólo en el mar, sino también lejos de él e incluso en casa, en condiciones de máxima economía y no por eso con una rebaja sustancial de la eficacia terapéutica.

En el más desfavorable de los casos podemos recurrir al estado mineral del agua de mar, al que llamamos SAL (se entiende que es sal marina integral, sin faltarle ni uno solo de los elementos que contiene el agua de mar desecada). Menos da una piedra. Y si nos aseguramos de que no haya sido mutilada ni degradada, sigue siendo muy alto el rendimiento nutritivo y terapéutico que podemos obtener de ella.

Y si importante es fijar con la máxima precisión qué es al agua de mar (primer elemento de nuestra disciplina, bajo el nombre de TALASO), sin desestimar ninguna de sus variaciones de forma o estado, imprescindible es también que fijemos el valor del segundo término del objeto de nuestro estudio: la TERAPIA, el arte de cuidarse, que elevado a su máximo nivel, es también el arte de curarse.

¡Cuídate! Es un saludo cada vez más habitual. En efecto, cada vez es más intensa la conciencia de que hemos de cuidarnos.

Mariano Arnal

¿Salar o mineralizar?

sal2Hace 60 años, esta pregunta no tenía ningún significado, porque salar era mineralizar. Lo primero se hacía conscientemente; y de lo segundo no se necesitaba ser consciente, puesto que tan inseparables eran el salar y el mineralizar, que bastaba un solo término para comprender a los dos. Y como la sal era el mineralizador único y óptimo, he aquí que a “mineralizar” se le llamaba “salar”.

 

Cuando nos echamos a la boca una verdura, una legumbre, un tubérculo o un cereal hervidos, el paladar nos advierte inmediatamente y de manera inequívoca, que esas comidas no están bien de sabor: y en efecto son de mal comer, y por tanto es preciso saborizarlas. Y eso podemos hacerlo de dos modos: echando mano de un condimento de sabor fuerte y mezclándolo con esa comida tan débil de sabor, para que esa debilidad quede opacada por el condimento; o bien, elevando el sabor débil a su máxima potencia: es decir llevando a su perfección el sabor de la verdura, de la patata, de las legumbres, de los cereales.

En el primer caso estamos comiendo una mezcla del alimento con su condimento, de tal manera que, aunque estén mezclados, sabemos distinguir los sabores de ambos. En el segundo caso en cambio, no comemos verdura, patatas, etcétera con sal, ni somos capaces de detectar el sabor diferenciado de la sal si la hemos puesto correctamente; sino que comemos esos manjares elevados a su sabor óptimo, es decir mineralizados  justo hasta el nivel en que alcanza cada uno de esos manjares su propia perfección de sabor: y es justamente el paladar el órgano encargado de advertirnos cuándo alcanzan los alimentos su mineralización óptima y por tanto su más alto valor alimentario.

Ocurre con los alimentos al salarlos-mineralizarlos, algo muy parecido a lo que nos ocurre a nosotros cuando bebemos agua de mar: no se nos salan las carnes y los huesos, sino que esa inyección mineral nos eleva el tono vital, enciende nuestras pilas, nos da marcha, nos hace más “salados” anímicamente. Nos eleva a nuestro mejor nivel tanto físico como anímico. Pues por ahí van las cosas: unos alimentos mineralizados a su mejor nivel, nos mineralizan también a nosotros a nuestro mejor nivel. Así de sencillo.

Por eso, si pensamos en mineralizar, hemos de asegurarnos de que la sal que empleamos es la mejor (y eso es bastante caro); o mejor aún: hemos de recurrir directamente a la mejor sal, que es el agua de mar. Es nuestro mejor mineralizador: sin ningún género de dudas. Eso explica que cuando bebemos agua de mar, la sensación que experimentamos no es que nos estamos salando, sino que hacemos nuestra mejor puesta a punto mineral. Indispensable por cierto, porque nuestro déficit mineral es una especie de tara biológica que compartimos con todos los herbívoros y que hemos agravado con las malas praxis agrícolas y ganaderas, y sobre todo con la increíble adulteración de la sal.

Conclusión: mientras la sal fue auténtica, dio lo mismo salar que mineralizar. Pero hoy que la inmensa mayor parte de la sal alimentaria está severamente adulterada, hemos de distinguir entre salar y mineralizar. Salar será por tanto echarle cualquier sal a la comida para contentar al paladar (que en realidad lo que nos reclama no es que salemos, sino que mineralicemos); mineralizar en cambio, será asegurarnos de que la sal que usamos, contiene todos los minerales (es el agua de mar desecada, sin escurrir y sin lavar). Estas sales tan completas suelen ser considerablemente caras. La otra alternativa es emplear directamente agua de mar: ahí sí que tenemos la garantía de mineralización integral.

Agua de mar para las vías respiratorias

Agua de mar y sistema respiratorio.

Los peces «respiran» agua, y nosotros respiramos aire. Nos lo podemos mirar así de momento. Teniendo en cuenta además que el agua de mar es más rica en elementos que el aire, y que nuestra acción contaminadora afecta muchísimo más al aire que al mar, podríamos decir que en general los peces respiran más sano que nosotros. Bien, el caso es que tenemos como primer y principal proveedor de nuestra respiración, el aire: de él obtenemos el oxígeno; pero con lo que nos aporta por sí mismo el aire, no haríamos nada. Por eso tenemos el mar como proveedor secundario, que nos provee la infinidad de oligoelementos que enriquecen el aire. Una parte sustancial de la salud que respiramos nos viene, pues, del mar. Esa es la razón por la que junto al mar mejora a ojos vistas la salud de nuestro sistema respiratorio.

Agua de mar pulverizada al romper las olas

El mar, efectivamente, es el gran proveedor e intercambiador de la atmósfera, no sólo en cantidad, sino también en calidad. Valga la siguiente observación como indicio de que así es. Existe todavía en el catálogo de enfermedades tiroideas el llamado “bocio de las montañas”, eliminado ya en los países desarrollados. Es una enfermedad propia no sólo de la alta montaña, sino en general de las regiones alejadas del mar. El bocio se contrae por falta de yodo. Las regiones costeras, ricas en yodo por su cercanía al mar, no tienen este problema; en cambio en tierras altas y continentales, el bocio puede llegar a ser una plaga. Una vez descubierto que la causa de esta enfermedad es la falta de yodo, los países que se lo pueden permitir, la han erradicado yodando el agua doméstica o la sal.

Es sólo un dato para demostrar que algunos elementos del aire que respiramos (en este caso el yodo) indispensables para nuestra salud, proceden del mar. Es lógico deducir de ahí que no es sólo el yodo lo que aporta el mar a nuestra respiración, sino muchos otros elementos cuya naturaleza y valor específico ignoramos. El caso es que hoy nadie pone en duda que el simple respirar en la playa es un inmejorable ejercicio de salud.

Todo empezó con la tuberculosis, terrible enfermedad pulmonar que nos puso camino del mar. Una tremenda plaga, anterior al descubrimiento de la penicilina. En los siglos XVIII y XIX se habían iniciado tímidos y esporádicos pasos hacia la utilización de las playas como vacuna contra la tuberculosis y el raquitismo. En ambos casos el elemento curativo era el aire marino. En aquella época los baños eran infrecuentes, y menos aún en el mar, porque se los consideraba peligrosos.

La eclosión se produjo al inicio de la segunda mitad del siglo XX. La invasión de las playas en todo el mundo se convirtió en el más espectacular fenómeno migratorio de la historia de la humanidad. Desde el nomadismo anterior a la civilización, no se había visto nada semejante. Como aves migratorias, cientos de millones de personas migran todos los veranos desde las regiones del interior a las playas. Y en paralelo se produjo un gran trasvase de población en todo el mundo desde el interior a las costas. El clima marino ha vencido al de montaña, tan celebrado antaño como el mejor para la salud. El resultado es que hoy se aglomeran en las poblaciones costeras las viviendas de más de media humanidad.

Este cambio tan espectacular del hábitat y de los hábitos humanos tuvo como desencadenante la obstinación por vencer a la tuberculosis mediante el clima marino. Y eso fue posible porque igual de espectacular fue la eficacia de este clima no sólo en la prevención, sino también en la curación de esta terrible enfermedad pulmonar, que por aquel entonces estaba siendo la primera causa de muerte infantil y juvenil.

El fenómeno de la bondad del clima marino en las afecciones respiratorias está instalado de tal modo en el orden de las evidencias y del saber instintivo, que ni siquiera ha sido preciso que se ocupase del tema la ciencia médica. Y no se ha ocupado. La gente percibe simplemente que su estancia en la playa le resuelve los problemas respiratorios, y eso le basta. Al año siguiente repite. Eso es todo.

Es que los conductos respiratorios y los pulmones, igual que la piel, están en contacto directo con el aire, que actúa sobre ellos sin necesidad de que otros órganos intermedios metabolicen los elementos que contiene. De ahí ese elevadísimo nivel de eficacia de la inhalación de agua de mar en todas las afecciones respiratorias: desde las rinitis y los simples resfriados, donde el aire marino y el agua de mar hacen de desinfectantes y regeneradores de la mucosa, y  de paso descongestionan la nariz; hasta el asma y la bronquitis, pasando por la faringitis, la amigdalitis y la otitis asociada.

Mediante la aportación del riquísimo aire marino a nuestro caudal respiratorio, ayudamos poderosamente a las defensas que tiene de por sí un sistema tan expuesto a las agresiones externas: están tan bien diseñadas, que prácticamente no existen agentes patógenos que las traspasen: por eso sólo los causantes de la pulmonía y de la tuberculosis consiguen pasar esas barreras muy excepcionalmente.

Pero hay que tener en cuenta que no podemos deshacer con una mano lo que hacemos con la otra: el tabaco es un enemigo implacable de las defensas de las vías respiratorias, empezando por matar a millones los cilios bronquiales y continuando por alquitranar micra a micra las demás estructuras. Mal pretexto es perjudicarse uno mismo con la excusa de que otros también te perjudican.

Aunque parezca de cajón que los problemas de las vías respiratorias son cosa de la respiración y por tanto a ella hay que atender para controlarlos, no podemos prescindir de los demás elementos que la acompañan en un régimen integral de salud, como son el baño, el ejercicio físico y la alimentación.

Aeroterapia.

Si la aeroterapia ayuda muchísimo a órganos que no están en contacto directo con el aire, está claro que tratándose de los órganos aéreos (respiratorios), ha de ser ésta la principal línea terapéutica. Y así es, en efecto.

Si queremos curarnos con agua de mar la llaga de un pie o una erupción de psoriasis, podemos elegir dos caminos: el uno indirecto, y posiblemente de más largo alcance, que sería ingerir agua de mar para regenerar y realimentar todo el medio interno; y el otro, mucho más directo, que consistiría en aplicar baños de agua de mar a las zonas afectadas. Es obvio que ésta actuará más rápido así, que haciéndola llegar, previa metabolización, a los lugares afectados a través del riego sanguíneo.

Pues bien, el agua de mar respirada actúa en todo el sistema respiratorio igual que el agua de baño en la piel, como una cura tópica: entra en contacto directo con el órgano a curar o a prevenir de agresiones. Por eso su efecto es tan inmediato y espectacular.

Realmente basta estar en la playa para sentir los efectos benéficos del agua de mar en las vías respiratorias. Pero esto, como todo, tiene grados: no es igual tumbarse en primerísima línea de la playa, donde rompen las olas, que hacerlo diez metros más lejos. No es lo mismo, porque en primera línea el aire está cargado de ínfimas partículas de agua de mar que desprenden las olas al romper; de ahí que la densidad de agua de mar respirada sea mucho mayor que algo más lejos. Ni es lo mismo estar ahí tumbado, que haciendo ejercicio, porque con éste la respiración es mucho más profunda, y el aire enriquecido con agua de mar penetra hasta donde no consigue llegar estando inactivo. Ni tampoco es lo mismo ir a respirar agua de mar en una playa tranquila, donde el agua desprendida a la atmósfera es escasa, que en un acantilado, el mejor de los lugares para terapias respiratorias. O en la playa un día de tormenta.

Es importante recordar que la playa es insustituible para el tratamiento de las afecciones respiratorias en cualquier época del año. Por eso, aunque se acuda a un centro de Talasoterapia, será bueno imponerse la visita a la playa. Es dudoso en cambio que la atmósfera de una piscina de agua de mar caliente y tratada, pueda competir ni de lejos con la playa. Por eso, y dada su cercanía a estos centros, conviene insistir en la conveniencia de trasladar a ella alguno de los ejercicios físicos.

Por fortuna las terapias de agua de mar para vías respiratorias requieren muy escasas cantidades: por eso existe la posibilidad de continuarlas en casa, en la calle, donde sea. Basta proveerse de un pulverizador de gota superfina, pulsarlo de vez en cuando para soltar una nubecilla de agua de mar, y respirar en ella. Así de sencillo. Si realmente nos conviene crear en casa una atmósfera rica en los elementos del agua de mar y queremos algo que funcione solo, la industria ofrece aparatos eléctricos que nebulizan el líquido que se les acople. Los mejores se encuentran bajo el nombre de humidificador: no sirven a estos efectos los que evaporan el agua en vez de pulverizarla, porque se dejan las sales en el recipiente.

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Nebulizador por ultrasonidos

Hidroterapia.

De todo el sistema respiratorio, el que está al alcance directo del agua (nariz, faringe-laringe, amígdalas, conductos oído-nariz-laringe), responde de maravilla al baño y en su caso al tratamiento con agua de mar. La parte interna (bronquios, alvéolos y pulmones) sólo puede beneficiarse indirectamente de la hidroterapia.

La nariz, el inicio del conducto natural del aire, requiere y agradece el tratamiento hidroterápico. Es muy beneficioso irrigar al menos una vez a la semana los conductos nasales con agua de mar: por su acción profiláctica (defiende todo el conducto respiratorio de agentes patógenos), por su valor antiséptico (desinfecta toda la zona) y por su acción regeneradora de las mucosas. De ahí que valga la pena aprovechar las vacaciones en la playa para dedicarle alguna atención a la higiene nasal con agua de mar. La terapia más elemental consiste en situarse en el mar con el agua hasta los hombros y flexionar las rodillas para sumergir la cabeza verticalmente, de modo que el agua entrará profundamente en la nariz (obsérvese que precisamente por eso, y porque es desagradable, cuando uno se sumerge de esa forma, se tapa la nariz con una mano).

Otra forma más violenta de higiene profunda de los conductos que conectan nariz, garganta, oídos y ojos es colocado en el agua haciendo el muerto, echar la cabeza hacia atrás hasta sumergirla totalmente. El agua penetra por todos los conductos internos y puede costar un buen rato liberarse de la molestia que deja esa terapia. De todos modos, cuanto más se practica, menor es la molestia. Sin embargo vale mucho la pena, porque estas terapias previenen (y si es el caso, curan) los catarros nasales, la rinitis y la sinusitis. Estas prácticas se pueden seguir en casa, valiéndose de un frasco lleno de agua de mar provisto de una salida que se adapte bien a la nariz, la lota por ejemplo, o en su defecto con una jeringa o un cuentagotas. En la farmacia se venden (entre 70 y 100 euros el litro) frascos de esos cuya mayor virtud, según reza la publicidad, es contener 100% agua de mar.

La otra zona afectada por afecciones respiratorias que admite los tratamientos de talasoterapia, es la gutural. La faringitis y la amigdalitis se previenen y se curan muy bien cuidando esa zona con agua de mar. Para ello hay que adquirir nuevos hábitos de baño. En primer lugar, dejar de bañarse con la boca sellada. Hay que dejar que el agua que salpicamos al hacer actividad dentro del mar, entre libremente en la boca. Siempre es poquísima, pero muy saludable para la higiene bucal y gutural.

Complementariamente nos conviene agregar a la ritualización de los baños (son muchos los que antes de sumergirse, se remojan echándose agua con las manos) el hábito de enjuagarnos la boca y hacer unas gárgaras: son un bálsamo para la boca y la garganta.

Cinesiterapia.

Para asentar nuestra salud natural sobre bases sólidas, una condición básica es RESPIRAR correctamente. Oxigenación y oxidación van de la mano, y sólo se consiguen mediante una respiración de máximo rendimiento. Si van bien estas funciones, todo el organismo va bien: desde la piel hasta las entrañas. Y todo es tan sencillo como respirar… bien. Por eso lo mejor que podemos hacer es aprovechar nuestra estancia en la playa para practicar ejercicios de respiración. La clave está en vaciar totalmente los pulmones para que se llenen de aire limpio. Es como hacer limpieza a fondo: en la ordinaria se descuidan los rincones, donde se va acumulando suciedad. Pues eso mismo ocurre en los pulmones: si no se pone uno expresamente a vaciarlos de aire viciado, ellos solos no se vacían.

Si nos fatigamos en exceso subiendo unas escaleras o andando por una calle empinada, es entre otras cosa porque los pulmones no responden a la medida del esfuerzo; no nos siguen, les falta la respiración.

La consecuencia es obvia: si queremos mantener o mejorar nuestra cinestesia, sobre todo la más enérgica, hemos de atender en primer lugar a los pulmones: hemos de ejercitarlos del mismo modo que ejercitamos las piernas, los brazos, las caderas para no perder fuerza y movilidad.

El lugar ideal es la misma orilla del mar, donde el aire es más rico y saludable. Se elige la postura más cómoda posible: sentado, tumbado boca arriba, de pie, o alternando. La clave es la expiración, que es el acto de vaciado. Hay que ir forzándola poco a poco. Lo ideal, dicen los maestros de yoga, es que ésta dure el doble que la inspiración (la entrada de aire). Lo mejor es cronometrarse y no pretender llegar al final de golpe. Así, contaremos hasta 5 en la inspiración, y hasta 10 en la espiración. E iremos aumentando lentamente. Si lo practicamos durante unos días, comprobaremos que podemos ampliar nuestra capacidad pulmonar al doble. Sólo se necesita constancia.

¿Y los beneficios? Inmensos. Es como hacerle un repaso integral al motor que provee de combustible (oxígeno) a todo nuestro organismo, al tiempo que se les aplica reparador (en este caso, los oligoelementos del agua de mar) a todas las piezas. A partir de ahí, todo son maravillas: al mejorar la oxigenación de la sangre, se incrementa su circulación; de ahí se deriva una más activa eliminación de toxinas; al llegar más oxígeno a los órganos internos, al sistema nervioso, al sistema glandular, a los músculos, a la piel, todos los órganos se comportan con mayor viveza.

Nutrición.

Siendo evidente que el contacto directo de los pulmones con el aire marino es la terapia reina para las vías respiratorias, no hemos de descartar en absoluto la opción de reforzarla mediante la ingestión de agua de mar. De hecho los terapeutas cuentan con una considerable experiencia de enfermedades respiratorias tratadas con éxito administrando agua de mar bebida. En este momento la universidad de Antioquia (Colombia) tiene en curso estudios clínicos sobre tratamiento de diferentes enfermedades mediante ingestión de agua de mar.

El “método marino” recomienda como tratamiento de regeneración del medio interno, la ingesta de hasta medio litro diario de agua de mar, aunque nosotros nos conformamos con un cuarto de litro, haciendo de complemento de la dieta. La cantidad, la determina la tolerancia de cada organismo, que es muy baja al introducir este complemento nutricional en la dieta, y va aumentando a medida que se habitúa a ella nuestro sistema digestivo.

Si resulta oneroso comprarla, recuérdese que el mar se defiende muy bien de las agresiones bacteriológicas, por lo que no es ningún disparate proveerse directamente del mar. El sentido común, la vista y el olfato nos guían con un altísimo nivel de acierto.

 

Mariano Arnal